Susana Flores lleva 43 años pensando en el hijo o hija que nació de su relación con un militante del MIR que fue asesinado por la última dictadura militar chilena. Segura de que su guagua nació en el Hospital Barros Luco —aunque le dijeron lo contrario—, emprendió una carrera judicial para saber dónde está y así conseguir datos que la lleven hasta ella. El año 2013 Susana presentó una querella por sustracción de menores; y el año 2015, una por tortura y violación. Sin embargo, ambas no determinaron culpables. Susana explica por qué cree que la o el recién nacido le fue arrebatada por agentes del Estado. Ahora, tira de una hebra que recién es explorada sobre este período negro.
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20/02/2022
Después de 37 años, Susana se reencontró con Ángel. Lo reconoció porque llevaba la misma ropa que el día que lo dejó de ver: un chaleco burdeo de lana gruesa con cuello, comprado por la mamá de Ángel. También unos bototos café, impenetrables, de goma y cuero; zapatos especiales regalados por el papá que, preocupado por la situación económica y clandestinidad de su hijo, el año setenta y cuatro le entregó ese par firme para que pudiera resistir cuadras y cuadras.
En la salita de una de las sedes del Servicio Médico Legal (SML) —en Teatinos con Agustinas—, Susana se reencontró con Ángel sin tocarlo. Sin dañar la fragilidad que quedaba de él; una fragilidad dividida en 13 partes: un pedazo de chaleco enganchado en un alambre de púa, restos de sus zapatos de cuero, un trozo de camisa, esparcidas cada una con un número, como un tesoro, sobre una sábana blanca.
Mientras en el centro de Santiago florecía septiembre de 2012, en Susana, de pie frente a lo que quedaba del hombre que alguna vez amó, creció un deseo de zurcir sus propias piezas perdidas. De regresar años de golpe y volver a 1976, el día en que la parte más grande de su rompecabezas, desapareció para siempre. El día en que la guagua de ambos nació en una habitación del Hospital Barros Luco y nunca llegó a sus brazos.
Amor en la casa-playa
Susana conoció a Ángel Guerrero en 1972. Él vivía con otros de sus compañeros del MIR detrás de la casa de Susana en Puente Alto. Una noche, después de terminar de cortar porotos y papas como temporera en una parcela cercana, fue a una fiesta en esa casa. Ahí se vieron por primera vez. Y aunque a ella le gustaba su delicadeza y trato cordial, la dictadura también barrió con la relación que empezaban a construir: el 16 de febrero de 1974 Susana fue detenida por un grupo de hombres que pertenecían al SIM (Servicio de Inteligencia Militar).
Fue llevada al regimiento Tacna acusada de vender información a los yugoslavos, hecho que ella niega hasta ahora. Soportó los fuertes interrogatorios, torturas, incluso con corriente. Fue trasladada a la correccional de mujeres y luego al Estadio Chile desde donde salió en libertad en 1975.
Ese año está lleno de detalles que Susana —sin ninguna fotografía ni recuerdo en la mano—, no olvida.
Ese año, ella y Ángel vivieron en el paradero 33 de Gran Avenida, en una casa de madera, llena de escalones y ventanales, que les hacía sentir en la playa. Ahí también vivían los hermanos y mamá de Susana. Mientras Ángel escuchaba a Alberto Cortés, le iba enseñando a escribir y a leer a Susana, que había dejado el colegio a medias por cuidar a una de sus hermanas menores.
—¿Cuánto has leído? —le preguntaba Ángel a Susana cada vez que volvía a la casa por las tardes—. Él también se aseguraba de que ella entendiera el libro que les servía de guía: Así se templó el acero, de Nikolai Ostrovski. Con varios libros y otros escritos sobre la revolución bolchevique, Susana avanzó y logró terminar quinto, sexto y séptimo, en un año, en un colegio que quedaba en el paradero 24 de Gran Avenida.
Ese año, Susana, de 17 años, no solo aprendería a escribir y a leer, sino que su vida cambiaría para siempre.
Pocas semanas después de la Navidad de 1976, se enteró que esperaba a su primer hijo —eso pensaba—; un niño que llevaría el nombre de su padre: Ángel. Si no, su ‘chapa’, Emiliano. Un niño que sería parecido a él: blanco, de pelo ondulado, de trato cariñoso y solidario. Pero que en el fondo —intuía— tendría que sacar adelante sola. “Ángel era tan buscado que en cualquier minuto la dictadura caería sobre él”.
El 25 de mayo de 1976, cerca de las 17.00 horas, todo se detuvo. Una secuencia de hechos reconstruye ese punto muerto: Ángel se encontró con una tía en Antonio Varas con Providencia. Dos hombres se cruzaron con ellos, tomaron con fuerza por la espalda a Ángel y lo subieron a un Peugeot blanco.
Esa tarde, Ángel llevaba sus zapatos de cuero y suela dura. También, el chaleco burdeo regalado por su mamá.
El parto
Susana sintió un llanto largo y vivo. Le dijeron que era una niña, aunque no le consta. No pudo verla, ni saber si había sacado su piel morena o los ojos verdosos de su papá. Ninguna de las enfermeras que se encontraban con ella ese día se la quisieron mostrar.
Tenía 17 años. Era la primera semana de septiembre del año 1976. Y en esa sala de parto del Hospital Barros Luco, no solo sentía la angustia de esa soledad que no se elije, también el miedo del futuro que no conocía y que ni siquiera podía imaginar. Se sentía vigilada y sin Ángel. Si ya parir el un hospital público puede ser una experiencia para el olvido, al momento del parto tenía más de siete meses de embarazo; pero sobre todo, un dolor intenso le recorría el cuerpo.
El día anterior a dar a luz, a Susana la golpearon.
—Salí del colegio nocturno, en La Cisterna, y cuando yo ya tenía el pie arriba de la micro, un tipo me agarró del brazo hasta dejarme en el suelo —cuenta Susana—, que había sentido que las persecuciones la acechaban desde hace seis meses y que se habían intensificado después de la muerte de Ángel.
—Me costó reponerme del golpe. Incluso, tuve las peores repercusiones el día siguiente, cuando de la nada me di cuenta que por las piernas me corría un líquido; un líquido que no tenía idea lo que era.
Susana llegó hasta un consultorio ubicado en calle Observatorio con Los Morros, en la comuna de El Bosque —donde hoy se encuentra un Cesfam— y desde allí la mandaron en ambulancia hacia el Hospital Barros Luco.
—¡Te hiciste un aborto! —le gritó un doctor de turno.
—Mi compañero está detenido y esto es todo lo que tengo de él —respondió ella—, protegiendo su útero como si fuera un búnker.
La ingresaron. Estuvo todo el día y toda la noche internada. Al día siguiente la llevaron a pabellón, donde ella vio muchos médicos a su alrededor.
Cerca de las 9.30 —según relata Susana— sintió el llanto de su guagua.
—Mi hija o hijo nació, lo sentí llorar harto rato, pero se lo llevaron sin decirme nada, sin dar ninguna explicación.
Los médicos también la interrogaron sobre situaciones de Ángel. Eso llamó su atención:
—Me dijeron que por qué me había embarazado de un político que era buscado.
Tres horas después, como si se tratara de un trámite, Susana escuchó la primera y única versión que tendría hasta ahora sobre el nacimiento.
—Tu guagua murió. Vístete y ándate.
No tuvo el valor de preguntar nada. Tenía 17 años, una vida interrumpida, un dolor incurable. Estaba sola, ¿A quién le iba a reclamar? ¿A quién le iba a preguntar cuánto peso, cuánto midió, de qué color era su piel, si tenía todos los dedos de las manos, si alguna vez abrió los ojos después de llorar, si podía conservar su cordón umbilical?
Nada.
El dolor la impulsó de la cama. Se vistió y dejó el hospital.
Los ausentes
Susana, hoy de 64 años, dejó de hablar de este tema por décadas. El año 1978 se casó y tuvo dos hijos. Pero su silencio se deshilachó en septiembre de 2012. Ese día, de pie frente a los restos reconocidos de Ángel, sintió que la historia aún tenía puntos suspensivos. Por eso, el año 2013, interpuso una querella para llegar hasta quienes robaron a su guagua. Porque ella está segura que nació.
En la querella por sustracción de menores, patrocinada por el abogado Franz Möller —que entonces trabajaba en la Corporación de Asistencia Judicial— y que investigaba hace un par de años el ministro Mario Carroza, Susana contó que volvió al hospital a buscar el cuerpo de su hijo o hija para poder hacerle un funeral. Sin embargo, siguió con las manos vacías: no le entregaron ni el cuerpo, ni el certificado de defunción.
Es más, según antecedentes aportados a la causa por el propio Hospital Barros Luco, no existe prueba de su paso por ese recinto, ya que solo guardan los antecedentes desde 1978 en adelante. El hospital solo registra una atención por una dolencia cardíaca el año 2002.
Junto al testimonio de Susana, muchos padres y madres han denunciado el robo de niños y niñas a manos de organismos represores de la dictadura.
Cuando el juez Mario Carroza se convirtió en ministro de la Corte Suprema, los casos que investigaba pasaron a manos de Jaime Balmaceda, quien asumió como ministro en visita por las causas de adopciones irregulares. Al 31 de diciembre del año pasado, sobre su escritorio, había 682 causas en tramitación, 58 concluidas, 33 con sobreseimiento temporal y 16 cerradas definitivamente.
En Chile existe la agrupación “Nos Buscamos”, quienes aseguran que entre los años cincuenta y noventa, alrededor de cincuenta mil niños y recién nacidos chilenos fueron forzosamente separados de sus madres y dados en adopción irregularmente. La mayoría en el extranjero y amparados por un aparataje que hacía que cualquier esfuerzo de padres o madres fuera insignificante: la red incluía asistentes sociales, médicos, matronas, jueces y abogados.
Desde que se comenzaron a conocer estos casos, en el año 2014 aproximadamente, el SML ha hecho toma de muestras para análisis genético comparativo —que quedan “guardadas” en el Registro Nacional de ADN—, análisis de fichas clínicas de la época, y exhumaciones. En enero de este año, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos anunció un Plan Piloto para enfrentar casos de adopción e inscripciones irregulares, que durará un año: se concentrarán en la trazabilidad de antecedentes de las víctimas, información de georreferencia y el contacto constante con un banco mundial de ADN.
Sin embargo, muchos de los denunciantes, no creen en el éxito de estas gestiones.
Susana no pertenece a la organización “Nos buscamos”; sin embargo, su causa está, de igual forma, entre las que están siendo investigadas por la justicia. En 2021 ganó una demanda por las torturas y violación que sufrió mientras estuvo detenida.
El año 2016, Susana se incorporó al coro de expresas políticas y está preparando una presentación especial para este 27 de febrero. Ese día, Ángel habría cumplido 70 años. Al coro, van a sumar una placa de acero que quedará pegada en una pared de Villa Grimaldi, donde muchos testigos dijeron que estuvo detenido antes de llegar al cuartel Simón Bolívar, desde donde se perdió definitivamente su rastro.
Trece regalos
El proceso de Susana ha sido largo y doloroso. No. No solo lo que vivió. Sino que hablarlo, abrir la boca y dejarlo correr. ¿Cómo se cuenta una historia donde no hay más testigos, ni fotografías, donde tienes que convencer a la justicia y al Estado de lo que viviste?
—Yo estoy segura que mi guagua nació y que esos seguimientos de los que fui víctima tienen que ver con su desaparición —dice Susana—. Ella está segura de que tras los hechos está la mano de organismos de inteligencia de la dictadura.
Sabe que han pasado muchos años, pero enfrentarse a los restos de Ángel, ese día de septiembre de 2012, estar frente a esas trece partes que reconoció de él, le estaquearon la vida.
—Sentí que le debía algo. Si dio su lucha y su vida, entonces a mí no me queda nada más que recompensarlo y encontrar a nuestra hija o hijo.
Eso pensó, aunque sabe que en la ruta, la calamina sangrienta que esparció la dictadura no la dejará avanzar.
Aunque sabe que la promesa que hizo, entre dientes, puede no tener destino, es todo lo que podía jurar frente a lo que quedaba de Ángel: trece números ordenados sobre una sábana blanca, un pedazo de chaleco burdeo y retazos del cuero café de sus zapatos.