En mayo del 2019, Copiapó, una ciudad nortina de Chile, se vio sacudida por la noticia del suicidio del adolescente trans, quien tomó la decisión de quitarse la vida agobiado por el bullying que sufría en un colegio católico. Desde ese día su madre pide justicia para José Matías De la Fuente y se transformó en una de las activistas más importante en defensa de la infancia trans. Esta es su historia y la del Proyecto de Ley que lleva el nombre de su hijo.
Antes de la transición de José Matías existió Josefa, una niña que nació el 23 de septiembre del 2003 con cataratas, una afección donde el lente dentro del ojo, normalmente clara, se opacifica y ensombrece la visión. Es una de las principales causas de ceguera infantil, por eso la operaron a los dos meses y luego a los siete. Es decir, lo primero que “el Mati” vio en el mundo, fue oscuridad.
Un día llegó la confesión, me dijo “Mamá, te tengo que decir algo que es difícil: yo me siento diferente, más cómo hombre, quiero ir cambiando y hoy existen hasta tratamientos…”.
Apenas terminó la frase, le dije que sí, que lo aceptaría como fuera, que lo intuía desde hace años.
Durante el embarazo siempre pensé que tendría un niño y esa historia siempre hacía reír a José Matías. Yo le hablaba en el vientre y le decía “Pedro”, antes de su transición él nunca habló de princesas, sino de piratas y era muy introvertido, pero el cambio radical llegó un año antes de su muerte. Primero se cortó el pelo largo y colorín que tenía, después fue la ropa y lo fui ayudando en el proceso. Juntos comprábamos en la sección masculina de los malls. Sabía que sería difícil, pero lo íbamos a intentar.
En el 2017 nos cambiamos de casa, soy mamá soltera, pero éramos una familia con José Matías y sus hermanas. De pronto empezamos a sentirnos incómodos en ese condominio. Nos molestaban las miradas, el cuchicheo constante de los vecinos. Una vez fueron acusar al Mati de que le había dicho a otra niñita que la había encontrado linda. Así sin más, lo acusaron de ser “una niña pervertida”.
Un día nos mataron la gata y en ese momento supe que era peligroso y que tenía que cuidar a mis hijos.
Nos cambiamos al edificio de la avenida Atacama que queda a la vuelta del colegio católico al que asistían, para que José Matías se fuera caminando. Nunca supe que en ese lugar se burlaban tanto de él, aunque algunas situaciones me hicieron sospechar. En séptimo básico la golpeó una niña y cambiaron a José Matías de curso del A al B, no a su agresora. Él tenía 15 años cuando en primero medio llegaron niñas nuevas y ahí se gatilló la crisis. Ese grupo, sumado a algunas alumnas antiguas, empieza todo. Se lo comieron sicológicamente, le decían ‘chancha’, ‘mátate’, ‘maricón’.
José Matías en ese momento me comentó que se quería cambiar a la Escuela Técnico Profesional (ETP) de Copiapó, donde tenía más amigos. Le prometí que lo haría a fin de año. Quizá debería haber hecho todo más rápido, pero confié en ese colegio que tiene como lema “Amor y reparación”, que no discriminó a esta madre soltera.
También fuimos felices, él fue feliz. Uno de los momentos más importantes fue la celebración de sus quince años. Fue vestido de traje negro, suspensores y una humita burdeos. Además se paseó en limusina durante dos horas con sus mejores amigos, mientras todos en la familia lo esperábamos en el restaurante. Lo vi sonreír toda la noche. Querido. Aceptado.
Uno de los pasos más importantes lo dio en enero del 2019, cuando conoció a Scarlette, quien al poco tiempo se trasformó en su polola. Fue su confidente para todo lo que estaba sufriendo al interior del colegio.
Trabajo con niños y niñas con capacidades diferentes, por eso sé cuánto daña el aislamiento constante. Ahora, mientras asimilo el dolor de la pérdida, me he dado cuenta de ciertos detalles, como una foto del curso donde aparecen todas las niñas con pañuelos rojos en la cabeza, pero mi hijo se ve ofuscado y con el pelo en el rostro. Invisible.
Las adolescentes lo sacaron de las actividades de libre elección (ALE) de baile, le dijeron que lo hacía mal y terminó en el taller de batería, una o dos niñas, como mucho, eran las que se juntaban con él. A José Matías le hacían bullying. Sí. Así lo pude comprobar en las tres cartas y dos videos que mi hijo dejó.
Copiapó es una ciudad súper machista, siempre tuve miedo de que le pasara algo de noche, pensé que el peligro podía ser ese machismo arraigado de la ciudad. Nunca pensé que el peligro estaba tan cerca.
El jueves 23 de mayo del 2019, José Matías debía volver a las 18:30 de la tienda Novedades Sugoi, donde compraba peluches kawaii y fotos de la boy band surcoreana BTS. Se juntó un rato con Scarlette. Yo había ido al pediatra con las niñas. Leí algunos de sus mensajes y lo último que le contesté fue “Ya voy”.
Pasada las siete de la tarde llegó la noticia. Me llamó un conserje: “¡Señora baje, pasó una tragedia con la niña!”. No dijo “niño”. Lloraba al otro lado del teléfono.
Tuve la certeza que José Matías se había suicidado. No pensé en un atropello, no pensé en un accidente. Supo exactamente lo que había pasado. Fue una corazonada. Los silencios repentinos de mi hijo ahora cobraban sentido.
La discriminación
Hay un enorme analfabetismo de la diversidad en nuestro país, es casi como vivir en la época de las cavernas y con el fuego, como cuando primero tenían miedo y luego se fueron acercando esa luz que emanaba de las fogatas. “Lo diverso es malo”, “Hay que taparlo”, “Eso no es cosa de Dios”, son las frases que he escuchado a lo largo de este proceso.
Tengo mucha fe albergada en mi corazón, en el descanso de mi hijo, pero creo que Dios está absolutamente distante de lo que es la discriminación. Muchas veces la señora que habla de religión es también la que discrimina.
Después de lo que pasó con mi hijo he cambiado en cosas como creer en algo que antes desconocía. Hablaba de la muerte sin entenderla, ahora hablo con la convicción de que cuando una ama a alguien y lo ama tal como es, ni siquiera la muerte destruye ese vínculo. Si no cómo explicas tú la cantidad de personas que se han ido movilizando frente a la imagen de José Matías. Esa historia, que nadie conocía, cambió a frases como “Oye, a esa señora yo la conozco de algún lado” y “Su hijo se le murió y no ha dejado de luchar”. Eso es lo que dicen de mí, de quien en principio, era solo una madre desconocida.
Nunca había ido a una marcha, solo miraba ciertos movimientos sociales, era observadora de la política, pero no me vinculaba mayormente. Mi espacio era la educación, hacer un buen trabajo, estar bien evaluada, vivir tranquila. Cuidaba a mis hijos, me sacaba la mugre por ellos y porque somos una familia monoparental. Esa era mi relación con la sociedad, no muy opinante. La política siempre afuera de la casa.
Un día el amor infinito por mi hijo me puso a caminar en una calle para visibilizar lo que le hicieron y dos mil personas me siguieron en una marcha. No sé de dónde saqué el valor para hablar frente a ese grupo. Esto empezó a trascender, porque ese día 23 de mayo decidí que iba a hacer algo para que mi hijo no quedara en el olvido. Ya era seguro: había muchos niños y niñas trans pasando por una situación similar a la de José Matías. Hijos e hijas que se suicidan porque están sufriendo. No quería que a nadie más le sucediera lo mismo.
Llevo las heridas de mi hijo y la discriminación me altera, me agota. Somatizo cada risotada, burla o mirada.
Luego hice un libro testimonial de José Matias que tuvo difusión, un libro que se regaló a distintas personas en la misma situación. Fue en plena pandemia y mi vida se sostuvo en esa articulación, en los conversatorios y en armar el proyecto de Ley José Matías. Había gente interesada y me di cuenta que había muchos papás y mamás que no querían perder a un hijo o hija disidente. Hay algo que pasaba y aún pasa en los colegios: no se respeta la identidad ni los nombres sociales.
Matías murió el 2019 con una alta difusión de la noticia y hoy, en el 2023, aún hay papás que preguntan por una circular. Hay una actitud de desinformar a las familias. También quieren ocultar todo en los colegios, que a los niños y niñas no se les note que son trans. No les importa joderles la vida a esas familias.
Siento orgullo de ser la mamá de José Matías y orgullo de poder hacer algo para que la sociedad sea más tolerante, pero no siento alivio ni recompensa. El liceo Sagrado Corazón me robó a mi hijo, ellos son los responsables de su muerte.
Pasan los días, los meses, los años y no hay instante que no me acuerde él. José Matías tendría que estar en la universidad. Mis hijas comenzaron la escuela las fui a dejar, les tomé una foto, me subí al auto y lloré. Y así será el siguiente año. En cada Navidad, en cada cumpleaños, en cada comida que me queda rica, lloro.
A veces me pregunto por qué yo no sabía hacer tal plato cuando estaba vivo. Él merecía ir a donde quisiera, a estar donde quisiera. No. No hay consuelo.
Las zapatillas de José Matías
A fines del 2020, después de la pandemia, tuve que ir a buscar a la Fiscalía la ropa de mi hijo, era algo que yo había aplazado por todo lo que había pasado en ese tiempo y algo que había dado por perdido. Como Matías dejó cartas, ellos las enviaron a Santiago para ver peritajes respecto de su caligrafía. No pensé que me devolverían sus cosas. Con mucho esfuerzo, días después de su muerte y con la ayuda de un abogado, pude recuperar la pañoleta que usaba en una de sus muñecas
Cuando me llamaron y me dijeron que me iban a entregar sus pertenencias no lo podía creer.
Una vez que llegué a la Fiscalía me pasaron una caja con el sello de la Policía de Investigaciones, juro que vi brillar sus zapatillas. Me las entregaron y las abracé. “¿Ahora son mías?”, pregunté desconfiada, me dijeron que sí.
Me las traje y han viajado con nosotras. No vamos a ir lejos de casa sin sus zapatillas. Hacemos las maletas y cada una de las niñas lleva una zapatilla de su hermano.
Algunos dirán que son solo zapatos. Para mí son un tesoro.
Cada papá que me pregunta qué debe hacer, le respondo algo similar. En mi caso, si pudiera retroceder el tiempo, no esperaría que mi hijo me hubiese dicho que le estaban haciendo bullyng, actuaría antes. Justo cuando se ven las primeras señales.
Mi gran error fue confiar en el mundo, pensar que el mundo miraba a mi hijo con los mismos ojos que yo lo veía: el niño maravilloso, bueno, sensible y amable.
La relación con mi hijo, más allá de la ropa que se pusiera, cambio o decisión que tomara, estaba llena de amor. Lo retaba porque era desordenado, claro. Dejaba todo tirado, pero que él estuviera enamorado de una niña o que fuera varonil, a mí no me importaba. No veía nada malo en él y hubo maldad y discriminación. Eso me hizo perder tiempo, ese fue mi pecado. ¿Cómo iba a pensar que personas que velan por la educación de niños y niñas le harían algo así?
Para la Ley falta la voluntad de una persona. Fue aprobada en la Cámara de diputados y perseguí a más de 150 de ellos. Cuando me respondieron con cartas me emocioné mucho. Las tengo guardadas. Fueron semanas de locura de ver las indicaciones y estar atenta a todo lo que iba pasando. Primero eran diez firmas para que el proyecto entrara, yo hablaba con José Matías y le pedía que nos ayudara. Escribí correos hasta el cansancio, no les escribí a los republicanos, para no contarles cosas sensibles y que después tuvieran la oportunidad de hacer daño.
Hubo 94 votos a favor.
Ahora que veo todo de otra manera, desde la rabia, el dolor y la desconfianza, les digo a los padres y madres que exijan la circular, que denuncien inmediatamente ante la discriminación de sus hijos e hijas trans. Un colegio descriteriado decidió por mí y mi hijo siempre estuvo en peligro. José Matías estaba vulnerable y el colegio lo sabía. No me dejaron cuidar a mi hijo, me robaron esa oportunidad.
Por eso mi batalla tiene que ver con que algo así no vuelva a pasar en otros colegios e institutos. Lucho contra el bullyng, la transfobia y por mantener viva la memoria de mi hijo. Las escuelas entregan un servicio educativo, no me importa si no les gusta que haya niños y niñas trans parados en la puerta de su colegio. Ni lo que dicen sobre “la moral” o “l religioso”.
¿Cuántas vidas de niñas y niños trans seguirán robando?
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Nota de la redacción
El proyecto de ley “José Matías”, que sigue su curso legislativo en el Senado, es parte de las iniciativas que quiere el Ministerio de Educación para avanzar hacia una educación integral, libre de toda discriminación y de estereotipos, en línea con el futuro proyecto de Educación en Afectividad y Sexualidad Integral, que buscará ampliar la mirada para abordar en la formación de niños, niñas y adolescentes la afectividad, las relaciones interpersonales, el autocuidado, la prevención, entre otros aspectos clave en el desarrollo de las personas. Hasta el momento el proyecto se encuentra sin avances en el Congreso.
Después leer el reportaje es importante que sepas lo siguiente: si tienes pensamientos o comportamientos suicidas, o conoces a alguien que haya mostrado alguna de estas señales, no dudes en llamar al 600 360 7777, línea telefónica de la que dispone el Ministerio de Salud. También puedes buscar asistencia en tu comuna, como es el caso del Centro de Salud Mental en San Joaquín; o en fundaciones, como Todo Mejora.
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