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“Detalles sabrosos”: El festín de la cobertura sensacionalista de los femicidios

“Detalles sabrosos”: El festín de la cobertura sensacionalista de los femicidios

Roberto Cox está afuera de la residencia universitaria en la que vivió Narumi Kurosaki. Micrófono en mano, sigue atento a cualquier entrevistado que pueda servirle para el enlace en ese momento. Lo consigue. Le sonsaca unas palabras a una joven mexicana, quien confiesa que una vez se topó de frente con Zepeda en la reconstitución de escena. No tiene mucho más que decir. Y entonces, hábilmente, Cox le pregunta si puede pasar a su departamento. También lo consigue. Una vez adentro hace todo tipo de interpretaciones sobre cómo habría sido la convivencia entre víctima y victimario en los últimos momentos. Es osado y – apuntando a los muebles y con gestos teatrales- dice que Zepeda trabajaba en su computador, mientras que quizás Narumi leía algo en la cama. Sigue el recorrido por la habitación hasta el baño. Todo por el “golpe noticioso”.

Hace unos días el periodista ya había sido criticado por referirse a los pormenores de la investigación como “detalles sabrosos”, olvidándose que antes de la desaparición de Narumi, hay un contexto de violencia machista que la precede, como en todos los femicidios. Se olvida también que reproducir esa violencia, puede generar la imitación del crimen. Pero principalmente (si la cobertura correcta de femicidios es mucho pedir) la empatía es gratis. Detrás de cada víctima hay una familia. Ninguna “exclusiva” puede ser sobre la base de tanta revictimización. Así la tevé, y la mayoría de los medios, centran sus coberturas en los detalles de cómo la víctima fue asesinada y cuánto sufrió. “Los gritos de Narumi”, repite el periodista.

Nuestras vidas no tienen ninguna importancia. Nuestras muertes se transforman en rating.

Desde hace algún tiempo los matinales o “reportajes especiales” se transformaron en el espacio para informar sobre femicidios, o más bien en un show para entretener una audiencia ávida del festín del morbo. Se convirtieron en coberturas tipo magazine. Es cosa de recordar el descarnado tratamiento mediático de la desaparición y femicidio de Fernanda Maciel, donde incluso se habló de una supuesta “huida” y de vinculación con narcotraficantes. La joven era una “mala víctima”.  Un cuerpo al que siguieron ultrajando post mortem.

Lo que los medios convenientemente ignoran, es el efecto de ese tipo de cobertura tiene en la sociedad y los imaginarios colectivos de violencia de género: perfiles psicológicos, indagaciones en la vida íntima de las víctimas, descripción del sospechoso como un “buen estudiante, educado” y “alumno brillante”.  Todos eso no hace más que  perpetuar la idea de que la mujer, de una u otra forma, está destinada a la violencia o a la muerte en manos de un varón.

Los femicidios quedan como hechos aislados, no como la consecuencia de una estructura social de dominación. En mayor o menor grado, los victimarios han sido legitimados por la sociedad y la expresión mediática como continuo  de esa violencia. El fin único es el espectáculo. La farándula.

Entre ser testigo y ser cómplice de violencia, existe una delgada línea. Los medios y sus exponentes tienen en sus manos la decisión: o son un canal de prevención, información y educación, o se transforman en un cómplice más del patriarcado regente.

Las narrativas despojadas de información, violentas  y de los medios de comunicación hegemónicos, hoy tienen como respuesta el periodismo feminista. Este periodismo incomoda porque insiste en que la vida de las mujeres asesinadas y desaparecidas deben doler, importan y necesitan ser contabilizadas. Hace frente a ese periodismo que por años dijo que nos mataban por celos y que estuvo ajeno a las demandas de diversidad e igualdad. Por eso creemos que ya no se puede seguir explotando los aspectos sensacionalistas de un femicidio, lo que incluso, muchas veces, perjudica las investigaciones en curso.

En la  cobertura del periodista Roberto Cox hay más responsables: un editor y un canal de televisión. Cuando la mayor parte de los medios de comunicación son dirigidos por hombres y existe una cultura de misoginia, que prevalece en este oficio, es difícil ver el sesgo del tratamiento de estos temas.

No hay ética. No hay conocimiento de enfoque de género. No hay criterios informativos. No hay reflexión social.

¿Cuántas veces muere Narumi Kurosaki en la reproducción de esa violencia?

 

 

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