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Martín Pradenas y la cultura de la violación

Martín Pradenas y la cultura de la violación

“Al fin hay algo de Justicia”, pensamos tras la noticia del Tribunal de Temuco, que dictó veredicto condenatorio en contra de Pradenas por cinco delitos de abuso sexual y dos de violación. En nuestra memoria estaba el recuerdo de insistente de Antonia y todas las demás víctimas y sobrevivientes; por otro lado, sabíamos que esto no es un hecho aislado y desde ahí también hay una desazón, cierta sensación de inconformidad. Es decir, teníamos la certeza que las agresiones sexuales son sistemáticas y se sostienen en el silencio y la complicidad de una sociedad patriarcal.

La cara de Pradenas se repite en las denuncias de niñas, mujeres adultas y universitarias que fueron abusadas por su círculo más cercano. En el caso de las últimas, la ola feminista del 2018 dejó al descubierto una profunda crisis en el sistema de educación superior respecto de este tema. Las víctimas  relataron agresiones en fiestas de sus facultades y en jornadas de estudio. Una imagen quedó inmortalizada: las alumnas de Arte de la Universidad Católica llevan pasamontañas burdeos, bailan mientras coreaban. “Y cómo, y cómo es la hueá’ nos matan y nos violan y nadie hace na” corean. La violencia de género estaba arraigada en las aulas y enraizada en un sistema educacional que fracasó estrepitosamente en su misión de proteger a las niñas y jóvenes.

En el reporteo sobre violencia de género, en los expedientes, se puede ver que ningún varón acusado se siente un violador. Esa percepción también se refleja en parte de la sociedad. Hay quienes creen que los violadores son un tipo como Ted Bundy. Un hombre agazapado tras un árbol-cuchillo en mano-esperando a su siguiente víctima.

Las periodistas que seguimos estos casos, sabemos que podrían sorprenderse de la cantidad de violadores “padres de familia” “jóvenes educados y universitarios” y tipos sensibles “mejores amigos de la víctima” que han sido acusados de violar a mujeres de su círculo cercano.

¿Qué hombre podría apuntarse a sí mismo como un violador?

“Fue una relación consentida” “Habíamos tomado” “Pensé que ella quería” son las excusas que se repiten. El abogado de Pradenas, Gaspar Calderón, se refería a su defendido como un hombre atractivo “con aspecto de actor de cine” y habló del consumo de alcohol como la justificación. Como si las agresiones sexuales  fueran consecuencia de un deseo irrefrenable, por ende,  Pradenas no necesitaba acosar o forzar mujeres para acceder a ellas. En ningún momento se oyó la palabra “consentimiento”, algo que finalmente el fallo menciona.

Ahora rebobinemos.

Antonia Barra Parra tenía 20 años, era estudiante de Ingeniería Comercial de la Universidad Mayor,  tenía uno de los rendimientos más altos de su carrera y era reconocida por su buen desempeño académico. Todo cambió en la madrugada del miércoles 18 de septiembre del 2019. Quienes hemos seguido su caso, sabemos que Antonia viajó a Pucón junto a su mejor amiga y que se trasladaron en su auto. Una vez allí, Antonia estuvo el resto de la tarde en la casa de su amiga y ya en horas de la noche, ambas llegaron hasta la discoteque Ex Murano. Horas después fue violada -bajo los efectos del alcohol- por Martín Pradenas, en una cabaña ubicada en el sector de la calle Arauco.

Uno de los antecedentes además da cuenta de cómo Pradenas llevaba sostenida del brazo a Antonia por la discoteque, lo que confirma que desde ese momento la estudiante tenía poco nivel de conciencia e incluso un testigo describe que estaba “con los ojos desorbitados”, lo que habla su estado de vulnerabilidad. Sumado a eso, otro declarante dijo que en la cabaña habría dado cuenta de la salida intempestiva de la joven desde el lugar y de la incomodidad posterior de Pradenas al consultarle por la situación.

Hasta este conteo hay dos hombres que naturalizan que una joven casi inconsciente sea arrastrada por Martín Pradenas. Hay un agresor, hay dos hombres testigos y un abogado que han normalizado una agresión. Podemos ver la estructura completa de la cultura de la violación. Ese fragmento de la sociedad que alienta y sustenta una idea central: no somos dueñas de nada, porque los hombres han hechos suyos hasta nuestros cuerpos y, además, se han encargado de culparnos por lo que hagan con ellos.

La escritora y antropóloga argentina Rita Segato, dijo algo para esclarecer un poco más el tema, que “la violación es un acto de poder y de dominación”. En esa frase instala la violencia sexual como parte de un conjunto de relaciones de poder. Para Segato, el violador no es un ser anómalo o “un monstruo”, como muchas veces la prensa tilda a los agresores. En diversas entrevistas ha dicho que un violador es el actor o, más bien el protagonista, que encarna la acción de toda la sociedad. Un hombre que sigue el llamado “mandato de masculinidad”.

Para Segato, la violación es un gesto aniquilador de otro ser, para poder verse como un hombre. Un acto moralizador, que le dice a las mujeres cómo comportarse y a la vez es un acto de ostentación – o de exhibición- de ese varón frente a otros varones. “El violador nunca está solo. Aunque actúe solo, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, con figuras como su primo más fuerte, o su hermano mayor. Está demostrándole algo a alguien y al mundo a través de ese otro hombre”, precisó en un diario español.

¿A quién le hablaba Martín Pradenas?

Como vemos, Segato apunta a lo que el patriarcado, los medios, las familias, la sociedad, las religiones y, aun, el sistema judicial ha decidido justificar y expiar en incontables ocasiones: el violador. Porque sí, la culpa y la responsabilidad siempre será del violador.

Si usted es varón y está leyendo esta columna, pregúntele a una mujer cercana si ha sido víctima de alguna agresión sexual. Le sorprenderá la respuesta. Hay una sistematicidad que se alimenta del silencio y así lo han dicho las compañeras feministas: no necesitamos aliados, necesitamos más traidores del patriarcado.

 

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