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Hablar del victimario: Nombrar a Víctor Pulgar

A veces tras el activismo, tras el dolor de la pérdida, cabe preguntarse o reflexionar ¿Cómo es posible que existan estos hombres como Víctor Pulgar? Misóginos que van más allá del machismo, lesbo-odiante, que se sienten con la superioridad moral (y física) de castigar a las mujeres que deciden gustar y amar a otras mujeres.

Estos sujetos matan como acto de disciplinamiento, castigan para corregir a las lesbianas que deciden “masculinizar” su aspecto. Buscan expiarlas con tortura, con violaciones, sentenciarlas a la muerte. Luego de eso, desprecian sus cuerpos como basura, abandonándolos en sitios eriazos. En lugares baldíos. La cosificación en su expresión máxima.

Cohabitan con el resto de la población, se avalan en la sociedad patriarcal, hombres blancos hetero cisgénero o hijos sanos del patriarcado. Lo que se sabe de Pulgar es que era de clase media baja, procedente de un pueblo al interior de la quinta región (Valle del Aconcagua), zona semi rural, un lugar donde está enraizada la cultura de la chupalla, el rodeo, los huasos y la sumisión de las mujeres. Sectores de mucha religiosidad y órdenes que profesan discursos de odio en contra de la comunidad LGTBIQ+ y a todes quienes sean diferentes. Es sabido que a Pulgar, dentro de la cárcel, lo custodia la comunidad evangélica, es protegido “pa que no sufra”, “pa que no le falte celular con Internet”, “Hijo mío, esa cabra ‘desviá’ estaba equivocada y  viviendo en el pecado”.

En la otra vereda, las lesbianas, activistas y también sus seres queridos, lidiamos con el dolor, con el miedo, con la impotencia de ver una justicia que llegó tarde. Tanto así que su familia encontró una cuarta víctima. Somos las alharacas, las feminazis, las insistentes. También somos las perseguidas (el juicio de Nicole coincidirá con el de las activistas perseguidas por tomarse la Físcalía).

Sobre por qué Víctor Pulgar es cómo es, se puede especular cualquier cosa. Por justificar sus actos se puede pensar si fue un niño violentado o si tuvo una infancia protegida, y la verdad es que eso no importa. Los hombres como Pulgar matan porque pueden, porque hay un sistema que se los permite. Cuando se habla de hombría de “arrebatos sexuales” o “de impulsividad” “de la ira masculina”.

Lo mejor es preguntarse ¿Qué estamos haciendo para evitar que sigan apareciendo más  lesbicidas y femicidas? Y la verdad es que la respuesta es “nada”. La impunidad está en el aire y de eso ya son años, son décadas. Estamos solas.

Sin embargo, el lesbo-­odio y la superioridad moral que tienen estos sujetos no es propia de personas de origen “humilde”, de “traumas irreparables”, de “infancias desprotegidas”, todo lo contrario, es transversal a clases sociales, familias y formación. Hablemos de Víctor Pulgar no como el monstruo, sino como hombre hetero cisgénero, fanático religioso, misógino, con cuatro víctimas a su haber. Y una justicia que no hizo nada por detenerlo. Nadie a su alrededor.

El foco no debe ponerse en la víctima “torta”, “camiona”, “carretera”, que cuánto alcohol en la sangre tenía, que algo habrá hecho. Hay un despojo de reflexión social,  la violencia de género tiene responsables con nombres y apellidos, pero también está en nuestra cultura, en la justicia que encarnan hombres y mujeres (en muchos casos sin perspectiva de género)  y de ahí ese gran resorte y peso de la violencia que se imprime en los cuerpos de las mujeres. Hablemos de los victimarios. Hablemos de Víctor Pulgar. Insistimos: un hijo sano del patriarcado.

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