En febrero de 2018, se decidió el cierre del Centro de Reparación Especializada de Administración Directa (Cread) de Playa Ancha, tras siete querellas judiciales por tormentos y apremios ilegítimos a menores ocurridas entre 2015 y 2016, que involucraban a educadores del centro.
Los antecedentes revelaron torturas, maltratos y golpes sufridos por los niños y adolescentes internos. El cierre se concretó en marzo de 2019, tras el requerimiento del Comité de los Derechos del Niño de la ONU.
Mañana, en una audiencia, se debatirá la propuesta de la fiscalía: suspender condicionalmente el procedimiento, bajo requisitos específicos para los imputados, como no acercarse a las víctimas, pagar una suma de dinero al programa Mi Abogado y fijar domicilio. Si se aprueba, los imputados serán sobreseídos y la causa se dará por terminada sin condena.
*Esta es la historia de uno de los primeros adolescentes que corrió el velo sobre la pesadilla que se vivía a puertas cerradas en el Cread Playa Ancha. El texto es parte del libro “Abandonados : vida y muerte al interior del Sename” (Ediciones B de PRH)
Fotos: Felipe Benítez
Fabiola apura un jugo de frambuesa antes de empezar a contar el calvario por el que ha pasado estos años. Es una tarde de diciembre, está en un café frente a la estación de trenes de Villa Alemana, único recinto que le otorga cierta vida a la plaza donde sólo circula un par de familias. A unos metros de la calle un hombre corea cumbias a todo pulmón con un parlante gigante. Hay cierta aspereza de pueblo antiguo, de tiempo ralentizado.
El sol pega fuerte.
En el café Fabiola respira profundo, algo que le demanda una energía extraordinaria. Aún hay dolor. Posa sus dedos sobre la medalla de San Benito que cuelga en su pecho que, según ella, es para su protección y la de su hijo. Cruza las manos y comienza una especie de confesión.
Esta historia empezó muchos años antes, cuando su hijo Jesús de nueve años fue diagnosticado con un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en un hospital de la región. Ella batallaba sin éxito con las pataletas y escándalos del niño. A los ocho años lloraba y huía de su casa al menor de los retos, después vino su primera descompensación. Gritaba, lloraba y se pegaba con las manos en la cabeza y en la cara.
El resto es una historia que Fabiola contará de a poco, a través de varios encuentros.
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Ella se separó de Felipe, el padre de Jesús, cuando su hijo tenía cuatro años de edad. El niño no mantuvo contacto con su papá, sino sólo con sus abuelos paternos y su abuela (Luisa), que vivía en la misma casa de Peñablanca.
Fabiola es esteticista y trabajaba en un centro de belleza en Viña del Mar. En ese tiempo, el trayecto duraba una hora y media de ida y otra de vuelta. En medio de su trabajo, vivía llamando a la casa o se apuraba en terminar la jornada para saber cómo estaba, siempre sobresaltada, porque sabía que Jesús no se podía quedar solo con la abuela. Era difícil controlarlo.
Las dos mujeres, en silencio, comenzaban a preocuparse por el carácter voluble del niño. A los nueve años, un día se arrancó de la casa y tuvo que buscarlo con toda su familia y llamar a Carabineros, hasta que apareció unas horas después.
—Jesús era un niño sensible, muy llorón, pero esa vez fue diferente—relata Fabiola.
Meses después se enteró de que el carácter explosivo era solo un grito de ayuda, que su hijo había sido víctima de un abuso sexual intrafamiliar.
Antes del Cread, los problemas de conducta y agresiones se traspasaron a la convivencia familiar: se ponía violento con sus
otros tres hermanos, se cortaba los brazos delante de Fabiola y siguió arrancándose de la casa. En otras ocasiones, podía ser un niño completamente normal. Correteaba por el comedor, Fabiola llegaba de trabajar de la peluquería y se dedicaba por completo a los niños. A veces, todos juntos en la mesa, eran felices.
Después de una pelea familiar, por una descompensación de Jesús, Fabiola fue denunciada a Carabineros por una prima que vivía en el mismo terreno que ella. El caso de su hijo pasó al Tribunal de Familia de Villa Alemana, que en 2013 decidió de-arlo al cuidado de las Familias de Acogida Especializadas (FAE). Así, estuvo un año en una casa cerca de Loncura en Quintero.
En medio de la conversación, Fabiola muestra algunas fotos de su hijo en el celular: Jesús con pestañas largas y mejillas rojas a los tres años, Jesús vestido de huaso, Jesús capeando la espuma del mar. Era un niño feliz. En la cuarta foto, Jesús tiene ojos tris tes y las mejillas angulosas, sale retratado a los doce años y ya había entrado al Centro de Reparación Especializada (Cread) de Playa Ancha.
—Mi hijo es otro, está roto —dice Fabiola antes de empezar la entrevista y se acomoda unos anteojos de sol grandes.
Una vez en el Cread, todo se volvió cuesta arriba para Fabiola. Como no tenían dinero para tratar sus descompensaciones, saber qué era lo que realmente tenía, ella creyó que ese centro del Sename era una especie de unidad de corta estadía, un hospital donde su hijo podría mejorar rápidamente. Pensó que recibiría tratamiento unos meses y volvería a su casa como si nada hubiera pasado. Ella lo visitaba los fines de semana, le llevaba la mejor ropa: zapatillas Nike, buzos Adidas, como si su hijo estuviera en una clínica y no en un hogar con niños más vulnerables que él.
—No sabía lo que era un Cread, fui muy ciega y de a poco empecé a sospechar —recuerda.
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El 20 de abril de 2015, Jesús no quiere entrar a un box del Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales (Cavas), donde lo atiende su psicóloga. Tiembla. Se pone rígido, comienza a llorar en el pasillo. Se va y se devuelve, junto a Fabiola. Ese día confiesa, por primera vez, las torturas y golpes al interior del Cread de Playa Ancha, que había callado por casi dos años. Más que su propio sufrimiento, dice que no quiere volver por los «tíos» que controlan a los niños de la “Casa Amanecer” y de la Casa C. Los disciplinan a punta de golpes, humillaciones y amenazas. Él es solo una víctima más.
Jesús revela que los maltratos van dirigidos a los niños que se portan mal o se descompensan. Cachetadas, golpes de puño, llaves de judo y las rodillas sobre su rostro son lo que vien a diario. Para calmarlos les inyectaron un sedante antipsicótico, que llamaban S.O.S.
Es Luis Rubilar, apodado el “tío Chubi”, quien más lo golpea y deja las marcas físicas y psicológicas más severas en Jesús.
Luego contará lo mismo a la dupla psicosocial (un psicólogo y una asistente social): Cristian Tapia y María José Yovane.
Durante ese tiempo, al menos dos fugas aparecieron en la prensa. La más grave fue la de la niña que quedó atrapada en las murallas, ese perímetro cercado de fierros. Otro de los sumarios revela que una adolescente fue violada por un taxista, en medio de su fuga. La segunda parte de ese documento relata que, en vez de recibir atención, fue golpeada por una educadora de trato directo.
La historia de Jesús alienta a otros niños a hacer lo mismo, tras su denuncia, sus compañeros comienzan a hablar. Según los testimonios de la denuncia, los internos de la “Casa Amanecer” son niños irritables o con mutismo, con una especie de síndrome de Estocolmo que incluso los hace justificar las palizas de los educadores de trato directo. En medio de sus confesiones, revelan verdaderas torturas.
—Los tíos nos pegan porque nos quieren —dice uno de los niños en uno de los primeros informes de la investigación o sumario.
En mayo de 2015, las denuncias de abuso físico y psicológico generalizado en Casa Amanecer se ofician a la Fiscalía regional y se dio curso a un sumario y se suspendió a once educadores de trato directo. Los trabajadores del Cread coordinados en la Asociación de Funcionarios Regionales del Sename (Anfur) estuvieron setenta días en paro. Acusaron persecución, dijeron que la fiscal del sumario era una maltratadora y que los niños estaban mintiendo. También pedían la renuncia de Elortegui.
En medio del paro de los trabajadores de Cread, sucedió una de las escenas más violentas para Jesús. Andrés Riquelme le pega cachetadas y le arranca el piercing de la ceja. Ese día Jesús no da más, se descompensa y huye a la casa de su mamá. Tenía trece años.
—Mi hijo llegó con un jean amarrado con una pitilla, lleno de moretones y sucio. Me puse a llorar de los nervios, de verlo así, estaba irreconocible —comentó Fabiola.
Desde el año 2015, Jesús ya era víctima de manotazos y combos. Fabiola hoy no sabe cómo su hijo disimuló por tanto tiempo lo que pasaba adentro. “Mamá, sácame de aquí”, le pidió tantas veces, en los días de visita, y ella se iba pensando que era una más de sus manipulaciones, que quizás eran mentiras para no terminar «el tratamiento».
Hoy se arrepiente, incluso nunca se enteró de todo hasta que revisó una y otra vez la redacción de la querella contra el Cread, y leyó el testimonio de su Jesús en la pantalla de su computador. Escenas que para ella eran desconocidas. Allí también estaban las entrevistas de otros niños, identificados con sus iniciales. Un coro de confesiones que apoyaba la versión de su hijo. En ese momento rompió en llanto.
- V.:
«El tío Pato nos hace llaves. La otra vez me tenía la rodilla en la cabeza porque yo no quise ponerle dos frazadas a la cama, por eso se enojó. Nos tratan a garabatos».
«Los niños dicen que los tíos les pegan porque los quieren, es que eso nos dicen. Eso lo piensa el I, J y el J.».
«Los más violentos son el tío Pato y el tío Greg. Cuando nos pegan nos dicen que no contemos porque, si no, somos desleales».
«El tío Pato le pegó un charchazo en la cabeza al G. por llevar galletas a su cama, pero es que lo estaba cuidando porque decía que había ratones».
- M.:
«Todos los tíos nos forman para acostarnos y cuando estamos castigados o se enojan. A veces, nos levantan en la noche y hace frío, nos sacan al patio formados».
«El tío Luis González nos hace llaves, me agarra de la nuca fuerte, me dobla los pies hacia atrás. Nos hace eso cuando nos portamos mal».
«Hace tiempo a mí el tío Mauri me empujó fuerte por la escalera y yo me caí. Después dijo que yo quería fugarme y eso no era verdad».
«El tío Greg el otro día tiró al J. del camarote y le tiró una silla encima después».
- A.:
«Yo me descompensé porque los tíos molestan mucho a mi hermano, le dicen concha tu madre y el P. se descompensa y ellos le pegan todos los días».
«El tío Greg es el que más me pega, aprieta muy fuerte. La tía Carolina nos ha defendido para que no nos sigan pegando».
«El tío Chubi me pega con los puños por todo el cuerpo».
«El tío Greg es el que más me pega, levanta a los niños y los deja caer fuerte al suelo, al P. le hizo eso».
- L.:
«El tío Cid me metió fuerte a la ducha fría con ropa, me empujó muy fuerte y yo me resbalé adentro del baño. Me golpeé y se me salieron dos dientes (muestra su boca sin los dos dientes)».
«El otro día el tío Greg le pegó al D. porque él dijo viejo culiao, pero no le decía a él y lo empezó a tirar y a arrastrar fuerte por la escalera. Lo vimos todos los niños que no vamos a la escuela».
«Me dicen que no puedo contarle a mi mamá porque, si no, me cobrarán».
- L.:
«El tío Greg pega siempre, el otro día yo estaba peleando con un cabro por los dibujos y el tío delante de todos me tiró al piso y me empezó a dar patadas fuertes».
Los relatos de los niños comienzan a ser respaldados por adultos ante las entrevistas de la Policía de Investigaciones.
Frente a la PDI, Claudia Severino, ex profesora de educación básica en el centro Educativo Florida, colegio donde tenían que ir los niños del Cread, recordó que se descompensan con frecuencia o andaban agresivos y que debía calmarlos constantemente durante las clases. En una ocasión, Claudia le dijo a uno de los niños que, para ayudarlos, tenía que contarles a los tutores del Cread todo lo que estaba pasando. Los niños le suplicaron que, por favor, no los acusara.
Sabían sobre las represalias que podrían tomar contra ellos. De a uno, y después en grupo, comenzaron a confesar todo lo que vivían en el centro. También, a veces no asistían al colegio y desde el Cread contestaban que habían sufrido alguna descompensación, pero de regreso a la escuela, los niños relataban que las ausencias eran un castigo. En otras ocasiones, llegaron con moretones en la cara o en el cuerpo. Incluso los
castigaban privándolos de las comidas.
En los relatos del hijo de Fabiola y de sus compañeros comenzaron a aparecer los detalles de los castigos: les decían que iban a “cobrar”, es decir, que serían golpeados por un educador o un compañero. También obligaban a otros niños a pegarles a sus pares para sacarse la rabia y, en una especie de jerga, les decían que eso se llamaba “mantenerse secos”.
En la declaración policial, María José Yovane que había sido psicóloga de la “Casa Amanecer”, respalda el testimonio de los niños. Respecto a los maltratos, recordó que todo comenzó con la revelación del niño N. M., quien le dijo que “estaba cansado de aprender a golpes”, que los hacían formarse en la noche y que los obligaban a “cobrar”, palabra que vuelve a aparecer, una y otra vez, en las declaraciones. Después de entrevistar a todos los niños de la Casa Amanecer, la psicóloga escribió:
“Se arrojó como conclusión que efectivamente los dichos eran coherentes en el relato de todos los niños”.
Tras cinco años como interno del Sename, Jesús (14) es otro. Luego de unos meses en Santiago, regresó hace unos días a su casa en Villa Alemana junto a Fabiola. Podría estar mejor que como entró al Cread de Playa Ancha, pero su vida ahora es una serie de eventos traumáticos, con recuerdos de los golpes y de las torturas que vivió. Un simple chirrido de las ruedas de un auto, o que una patrulla de Carabineros pase cerca rondando la calle, hacen que Jesús pase de estar tranquilo a la ansiedad incontrolable. Suda, se agita y se toma la cabeza. Hay noches en que no pega un ojo o tiene pesadillas.
Las querellas contra los funcionarios del centro son ocho: tres del Programa de Representación Jurídica (PRJ), una del senador DC Francisco Chahuán, otra del ex diputado DC Aldo Cornejo y la senadora DC Yasna Provoste, dos del abogado Esteban Elortegui, representando a los padres de los adolescentes, y una última del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH).
Según uno de estos documentos, uno de los dos educadores de trato directo que golpeó a Jesús fue Luis Rubilar. Le habría propinado combos y cachetadas, mientras que Andrés Riquelme lo habría golpeado en la cara hasta arrancarle un piercing de la ceja. Los funcionarios están destituidos en primera instancia desde febrero de 2018, pero apelaron ante el Ministerio de Justicia. La segunda semana de julio de ese año fueron removidos definitivamente.
En enero de 2018, el gobierno de Sebastián Piñera se comprometió a cerrar el centro en menos de tres meses después de una exigencia del Comité de Derechos del Niño de la ONU. El cierre paulatino comenzó recién en marzo de 2019. El 5 de octubre de 2018 fueron formalizados por «apremios ilegítimos cometidos por empleados públicos», los educadores de trato directo Juan José Morales, Rafael Garín, Greg Olave, Marcela Bermúdez, Leonardo Lobos, Luis Rubilar, José Manuel Cid y Luis Mandujano. Pero los trabajadores denunciados eran más de cincuenta.
En medio de la batalla judicial que aún sigue abierta, Esteban Elortegui denunció graves errores en la investigación como falta de diligencias y hasta la pérdida de una de las declaraciones.
El 15 de marzo de 2018, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos decretó una medida cautelar, aún vigente, para la protección de niños, niñas y adolescentes residentes en el Cread de Playa Ancha.
En la carpeta investigativa consta que el fiscal Juan Sepúlveda Embeita instruyó por una sola vez (el 21 de febrero de 2017), a la Policía de Investigaciones (PDI) para ubicar a los adolescentes afectados. De doce niños encontrados, declararon cuatro. Inicialmente también declaró la víctima, incluida dentro de los doce que el fiscal le pidió citar.
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Una tarde de marzo de 2018, cuatro meses después del primer encuentro, aparece Fabiola con Jesús por la calle Almirante Latorre de Villa Alemana. Llega primero y gesticula con la mano a Jesús para que se apure. El adolescente va metros más atrás. Él también saluda, parece más pequeño de la edad que tiene, viste una chaqueta de mezclilla, zapatillas Nike, un jockey negro que le cubre los ojos y solo deja asomar la nariz perfilada. Un look pensado, después dirá que le encanta la ropa de marca.
Jesús es muy tímido, dice que prefiere estar en las mesas de adentro. Una vez sentado revisa la carta una y otra vez, hasta que se decide por un banana split sin salsa y con mucha crema chantilly. Su voz es la de un niño, de a poco irá contando cosas. Es como si quisiera ponerse al día con su infancia. Dice que la última vez que fue al cine vio “IT”, la película del payaso de Stephen King. Que no se asustó ni un poco, no así como la última de “Saw”, su favorita de las sagas de terror. Hace ademanes con las manos mientras cuenta cómo arrancó en la Casa Fantasma de Fantasilandia cuando su papá lo llevó en el verano. Reproduce el salto que dio cuando se encontró de frente con la cara de la monja de El Conjuro. Que él y su hermana corrieron despavoridos, mientras reían de los nervios.
—¡Y, buu! Sale la monja, mi hermana corre y yo la sigo, igual a la de la película, tía —sigue contando Jesús. Y se vuelve a reír. Fabiola esboza también una mini sonrisa porque sabe que ese relajo, esa alegría fugaz, son sólo momentos.
Mientras cucharea los restos de crema, dice que tiene algunos compañeros del Cread como contactos en Facebook, que sabe de ellos sólo por las fotos que suben.
—Ya no los veo tanto como antes, eso sí —dice y baja la mirada. Jesús apenas puede con el helado de vainilla, las tres bolas ya son un líquido amarillo sobre el plátano.
—Ahora tengo otros amigos, vamos a Valpo y a Belloto.
Lo pasamos bien —dice y otra vez la sonrisa.
Luego, madre e hijo discuten por el horario de salida. Que hasta las diez en la calle. Jesús, que no, que a las doce. Él le pide un cigarro a Fabiola, se hace el duro e insiste en fumar. Sale del café con las manos en los bolsillos e imposta un aire más desafiante. Al final, solo quedan en que se fumará uno antes de dormir. Se despiden de abrazo.
Fabiola sabe que empezó a consumir drogas.
Jesús ha estado más irritable que de costumbre y tiene pesadillas. Duerme con la luz y la televisión encendidas, como si con eso ahuyentara algún tipo de fantasma. Fabiola dejó de trabajar de manera permanente, solo conserva algunos clientes a domicilio. Su vida personal pende de un hilo. Entre las rabietas, los recuerdos, las frases entrecortadas donde le revela episodios de violencia, Fabiola aún encuentra destellos de su hijo, el de antes.
—Cuando está bien, juega Play Station con su primo de la infancia, escuchan reggaetón, se lleva bien con él. Pero cuando se descompensa, bueno… —dice y se pierde en el fondo de una taza de café.
A ratos también le resulta un desconocido. Discuten, él grita, la culpa de todo lo que pasó.
—No mamá, no me apagues la luz, te dije— le suplica medio dormido.
Fabiola quisiera saber más, pero también quiere que olvide lo que pasó adentro, lo difícil es que se tome los medicamentos, porque hay días en que Jesús no quiere nada.
—Está tomando Aripiprazole para conciliar el sueño
—cuenta Fabiola en una última conversación, ahora por teléfono. La noche anterior le rompió todos los vidrios de la casa. Hay tardes en que, cuando está en la cocina, Jesús la observa de reojo y deja escapar cosas. “Yo hice cosas malas, muy malas, mamá”. Ella lo trata de entender.
Los dos se miran y se quedan en silencio