LaOtradiaria
Estas Leyendo:

Taiñ pu pichikeche: La niñez en Wallmapu

Taiñ pu pichikeche: La niñez en Wallmapu

Miran el cielo de forma constante y no es precisamente para mirar los pájaros o las formas de las nubes, sino más bien lo hacen porque parte del paisaje cotidiano son los drones y los helicópteros.  Reconocen que si este último vuela muy bajo, podría ocurrir  un nuevo ataque policial o un nuevo allanamiento a los hogares de la comunidad.

Los cortes de luz también indican un posterior ataque, por tanto las familias están pendientes de cualquier cosa que pueda pasar. Así también viven sus hijos.

Los niños y niñas no quedan ajenos a este ambiente hostil, están en alerta de forma constante, saben que pueden ser atacados en sus hogares, como en las escuelas o fuera de ellas A muy corta edad saben que pertenecer a una comunidad mapuche los hace blancos de la violencia policial.

Es así, como siempre que se habla de la niñez mapuche se nos olvidan los protagonistas de esta historia de violencia institucional, sus sueños no son parte del relato, menos lo son sus miedos y todas las consecuencias que por décadas ha dejado la violencia  en el territorio.

Una niña de siete años ha tenido que vivir mucho más de lo que un adulto podría resistir. La ausencia de su padre se hace presente día a día, cada lugar que observa recuerda momentos de felicidad a su lado, aun así sigue creyendo en un mundo sin violencia, en el que se pueda jugar sin tener miedo al ataque, sin miedo a ese monstruo horrible que le ha arrebatado parte importante de su familia. Hay muchas preguntas que no tienen una respuesta para ella, escucha a los adultos hablar de lo que sucede, sobre el cuidado que se debe tener y de cierta forma esta preparada para una situación en donde todo se vuelva a poner oscuro.

A veces interrumpe sus juegos con sus primas y hermana para poder esconderse y así estar protegidas de lo que puede suceder,  vuelve a recordar que su padre ya no está con ellas y su miedo se intensifica al pensar que será su madre o su abuela quienes podrían ser víctimas de la misma violencia que le arrebató a su papá.

Un adolescente de 15 años va camino a estudiar, con un poco de temor de dejar a su madre y hermanas solas, no sabe si al irse de la casa podrá pasar algo. De forma constante observa que hay autos que transitan cerca del camino, autos desconocidos o simplemente autos pertenecientes a la policía. Debe estar alerta a cada movimiento que se da alrededor. Cualquier señal de algo distinto a su cotidiano podría desencadenar en una situación de violencia y sus vidas pueden volver a estar en riesgo.

Uno de los últimos hechos que vivió fue en su casa,  quedó con la nariz rota y moretones en el cuerpo, pero sabe que esos moretones son porque defendió a su madre y a sus hermanas. Comprende que es lo que debe hacer un hijo y un hermano mayor: Cuidar a su familia de la violencia policial. Tiene rabia porque además de golpearlos, le quitaron su celular y para él es su herramienta de estudio, sin el teléfono no puede hacer las tareas ni conectarse a algunas clases virtuales. Su sueño ser abogado para poder defender a su familia de la violencia de la que son víctimas de manera sistemática. Claramente sabe que no es el único niño que vive esa violencia y reconoce que es parte de su historia, al nacer parte de un pueblo que está luchando por la recuperación de la tierra y por la defensa de la naturaleza que los rodea. Hoy, a sus pocos años,  se reconoce como un weichafe (guerrero) que defiende su comunidad.

Con apenas ocho de edad, es el mejor en el Choike (danza mapuche), se siente un weichafe desde muy pequeño, tiene una personalidad muy extrovertida, con rasgos de liderazgo innato. Conoce sus derechos y sabe que el Estado le ha hecho mucho daño a su familia, principalmente a su madre. Su juego habitual es el de “los pacos y los mapuche”, claramente en el juego es un gran weichafe, que defiende a su comunidad. Hubo un tiempo en el que no podía dormir con la luz apagada porque le daba mucho miedo. Si bien hoy superó ese temor, vive todo el tiempo ansioso, con mucha hambre siempre, sobre todo en las noches. Su madre está muy preocupada por esta situación y reconoce los mismos síntomas en más niños y niñas de la comunidad. A este pequeño weichafe también se le quito su derecho a vivir junto a su padre, quien fue asesinado cuando él era más pequeño.

Una adolescente de 15 años escribe música, porque le gusta mucho el rap y reconoce que ha sido la forma de eliminar esa rabia que tiene contenida hace muchos años. Ha tenido que aprender desde muy niña a defenderse y estar alerta. Sabe que todo lo que les sucede como niños, niñas y adolescentes es totalmente injusto. Cuida a su pequeño hermano y solo quiere que él pueda crecer sin la violencia por la que ella ha tenido que pasar. Le gusta estudiar y espera poder continuar una carrera que le permita conocer más lugares e incluso dejar de vivir en el campo. Es una weichafe zomo (mujer guerrera) y sabe que deben defender su territorio y que todo lo que sucede en su comunidad es algo que tiene que parar. Hoy todo está todo más intenso y quizás ya no sea solo la policía la que los ataque, estos días podrían ser los militares. Se imagina que pueden atacar de noche cuando estén dormidos. Teme por su hermano, más que por su vida.

Una niña de un año y ocho meses, en pleno proceso de la primera infancia, etapa de aprendizaje y desarrollo fundamental para su crecimiento, ya conoce ciertos sonidos que la desestabilizan y la llevan a un estado de angustia. El llanto y la irritabilidad se hacen presentes de forma constante. Al escuchar la palabra “PACO” hace un gesto con el dedo de quedarse en silencio. En el día juega libremente, con los animales del campo, en la tierra y sobre en el agua. Aun así siempre se encuentra alerta, pone atención a los ruidos y movimientos extraños que se puedan dar en el día. Conoce muy claramente la violencia, no la logra comprender, pero reconoce el miedo en ella y en los otros niños y niñas que la rodean en el hogar.

En estos largos años visitando sus hogares, compartiendo momentos de tristezas y de alegrías, he aprendido mucho más de lo que podría haber aprendido a través de libros y teorías sobre los efectos de la violencia y la militarización en la niñez y adolescencia. He podido conocer sobre sus sueños a futuro, sobre sus gustos y los sentimientos de rabia que habitan en niñas, niños y adolescentes mapuche.

Me cuesta separar mis sentimientos de la labor que hago, porque los siento cercanos y conozco una parte de la niñez y adolescencia que no todos quieren ver. Conozco lo solidarios que son con los otros que viven el mismo dolor que ellos. Soy testigo de su voluntad de ayudar y de construir cosas bellas para los otros niños y niñas, aunque para ellos todo eso haya sido arrebatado. Sé que no quieren que vivan lo que ellos tuvieron que sufrir.

Al conocer estas historias, recuerdo relatos de abuelos que fueron obligados a hablar el wingkazungun (español) en las escuelas a través de golpes y humillaciones, tales como arrodillarlos sobre porotos cuando hablaban en mapuzungun (lengua mapuche) o los varillazos en las manos para que así se “educaran” y dejaran de ser “salvajes”. Esos abuelos y abuelas en un gesto de protección dejaron de enseñar a sus hijos la lengua mapuche. No querían que se repitiera la misma violencia y que sus hijos e hijas no fueran discriminados como ellos y ellas lo fueron en su niñez. Podría relatar más historias graves de violencia vividas en la niñez mapuche, la que ha sido traspasada de generación en generación, y que hoy en el 2021 se repiten a través del racismo y la violencia presente en la institucionalidad del Estado de Chile.

Los hechos de violencia institucional hacia la niñez mapuche ha sido invisibilizada.

Se ha separado cada vulneración como un hecho aislado y lo peor de todo, se ha justificado culpando a las mismas familias de exponer a sus hijos e hijas a la violencia policial. No se reconoce que la niñez está siendo atacada en sus hogares, escuelas y espacios comunitarios que habitan diariamente.

En este contexto, la niñez y adolescencia mapuche se desarrolla, crece y aprende; por tanto se hace fundamental reaccionar ante la violencia que está viviendo la niñez en Wallmapu, una niñez urbana y rural mapuche que ve afectado su desarrollo emocional, perceptivo, cultural e identitario, producto de la violencia, la militarización, los prejuicios y estigmatización hacia el pueblo al que pertenecen.

“Fin a la violencia”, ese es el llamado que hace la niñez, que exige su derecho a vivir en un espacio de tranquilidad, fuera de conflictos armados, libres de contaminación y principalmente  libres de violencia y discriminación.

Comparte esta publicación
Escrito por

Psicopedagoga, Defensora de los DDHH de la niñez Mapuche. Vocera de la Red por la Defensa de la Infancia Mapuche: Infancia Libre y sin Represión.

Deja un comentario

Ingrese sus palabras clave de búsqueda y presione Enter.