El 22 de julio fue el día internacional del trabajo doméstico, necesario para visibilizar y resignificar política y culturalmente todas aquellas labores que implican el cuidado del hogar y las personas que lo habitan (niños y niñas/enfermos y enfermas/ancianos y ancianas) comúnmente invisibilizados por la sociedad. Constituyen un pilar fundamental para el desarrollo de la vida en comunidad y la estructura capitalista, y es fundamental comprender la importancia de estas tareas.
Ahora bien, la revalorización de las tareas “invisibles” -pero necesarias- no es suficiente. Debemos desarticular la concepción hegemónica impuesta por el sistema patriarcal, aclarando que los llamados “asuntos del hogar” no son un campo “exclusivo” para las mujeres. ¿Cuántas veces hemos escuchado que nuestro deber es asumir el cuidado de niños y niñas o bien de familiares enfermos, abuelos y abuelas-entre otros-, sólo por el hecho de nacer mujeres?
Las labores del hogar no solo implican la infravaloración de estas actividades, sino que imponen una división sexual del trabajo, donde a las mujeres se les exige por norma sociocultural que renuncien a su realización personal (carreras profesionales/trabajos asalariados) con el fin de cuidar de otros y otras sin recibir una remuneración a cambio. Lo que además tiene un impacto en su salud física y sicológica. A través de la nueva propuesta constitucional, tenemos en nuestras manos la oportunidad de desarticular los roles de género construidos históricamente. Hoy se postula resignificar, valorar y reconocer su importancia, incluso incorporar los derechos de los cuidadores en un nuevo pacto social.
Dentro de las diversas temáticas que existen en la propuesta de una nueva Constitución para Chile, emerge la posibilidad de reconfigurar y replantear el rol que históricamente ha sido asignado a las mujeres: el trabajo doméstico y de crianza. Aquellos roles no tan solo operan dentro del ámbito privado, sino que también en el espacio público y laboral, en donde los hombres han sido llamados a asumir el rol de proveedores y sustentadores del hogar, mientras que a las mujeres se las ha relegado al ámbito doméstico y a un trabajo no remunerado de cuidados y (o) de crianza.
No tan solo tenemos en nuestro horizonte lo que sería la primera constitución democrática y feminista, sino que también pionera en incorporar la perspectiva de género e interseccionalidad a los asuntos ligados al trabajo doméstico y cuidados. Esto no solo implica remunerar el trabajo de cuidado que no ha sido contemplado como tal hasta la fecha, sino que también desarticular aquella noción construida en que se concibe que las mujeres son las “responsables” de asumir aquel rol de cuidadoras del hogar y de la crianza.
En el artículo n°49 (Capítulo II. Derechos y Garantías) se propone que el Estado debe reconocer que los trabajos domésticos y de cuidados son un pilar indispensable para el sustento de la vida y el desarrollo de la sociedad, y además debe promover la corresponsabilidad social y de género e implementar mecanismos para la redistribución del trabajo doméstico y de cuidados, para evitar la desventaja para quienes lo ejercen.
En ese sentido, la incorporación de la perspectiva de género (nunca antes utilizada en constituciones anteriores) permite concebir la construcción de una sociedad que comprenda que aquellos cuidados no son una labor que recae exclusivamente en las mujeres: se establece el concepto de corresponsabilidad, lo cual implicaría promover el cuidado de forma compartida y responsable sin interponer los roles de género “tradicionales” que han acechado históricamente a hombres, mujeres y disidencias sexuales. De esta forma, se presenta la posibilidad de tensionar aquella construcción de un trabajo feminizado históricamente, que ha sido reforzado por políticas y discursos de género en distintos periodos de la historia de Chile.
Hoy es necesario relevar que la perspectiva de género juega un rol clave para develar aquellas construcciones de feminidades y masculinidades que han operado de forma transversal: no tan sólo han marcado patrones respecto a nuestras identidades y formas de asumir de sexualidad, sino que también en aspectos laborales -remunerados y no remunerados- en las que ha existido una división del trabajo en función del género, la clase, la pigmentación de la piel, entre otros factores.
En el plebiscito de salida -el próximo 4 de septiembre 2022- tendremos la posibilidad de pagar una deuda histórica por el reconocimiento de los cuidadores y cuidadoras, sus derechos como trabajadores domésticos y la desarticulación de los roles que feminizan las “tareas” del hogar.