El reconocido autor de “Mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado” conversó con La Otra Diaria sobre el impacto que tiene la cultura patriarcal en la génesis de la violencia de género. Acá analiza casos como el de “La Manada” en España y las posturas políticas de ultra derecha, que develan cómo hoy las agresiones y ataques se manifiestan de una forma más directa ante el empoderamiento femenino. “Esos partidos pretenden reforzar el modelo de sociedad en que todos los privilegios, toda la organización social, todas las iniciativas parten desde la base de que las mujeres van a estar en espacios secundarios que los hombres han decidido”, dice en esta entrevista.
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Miguel Lorente, médico legista, escritor, poeta y académico feminista de 59 años no siempre fue como es hoy. Pese a que cuando era pequeño le parecía un sinsentido el mandato de su familia que le ordenaba que no podía jugar con las niñas, con el paso del tiempo lo integró. Creció en el municipio de Serón, en Andalucía, y estuvo entre los mejores de su clase. Estudió medicina como su padre, se especializó en la rama forense, y fue recién a principios de la década de los 90, de la mano de las lecturas feministas, que el absurdo de aquella prohibición de niño le hizo sentido. De paso, comenzó a entender que su propia biografía era parte de un sistema androcéntrico y patriarcal que envolvía la realidad.
En ese tiempo ya había comenzado a estudiar la violencia de género luego de que en su trabajo presenciara cómo las mujeres que acudían para constatar las lesiones, infringidas por sus parejas, tendían a normalizar estos hechos. El aparato institucional que las atendía también. “Mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado” fue la frase que más lo conmocionó e hizo que decidiera profundizar en aquel fenómeno.
“Empecé a trabajar con el objetivo de definir una situación clínica sin ninguna perspectiva de género. Pero la única explicación que encontré fue cuando comencé a leer autoras feministas y a integrar esa violencia en un contexto social y cultural más amplio que el individual”, cuenta Lorente desde España, durante la videoconferencia para La Otra Diaria con un trato amable y amigable.
Publicó su primer libro en 1998 que llamó “Agresión a la mujer: Maltrato, violación y acoso: Entre la realidad social y el mito cultural”. Allí definió el Síndrome de Agresión a la Mujer como todas las “agresiones sufridas por la mujer como consecuencia de los condicionantes socioculturales que actúan sobre el género masculino y femenino, situándola en una posición de subordinación al hombre, y manifestadas en los tres ámbitos básicos de la relación de la persona: maltrato en el medio familiar, agresión sexual en la vida en sociedad y acoso en el medio laboral”.
En su segundo libro “Mi marido me pega lo normal. Agresión a la mujer: realidades y mitos”, publicado en 2001 en tono más divulgativo, Miguel Lorente lo dijo fuerte y claro: la violencia forma parte de una construcción sociocultural que permite someter, dominar y mantener la posición de los hombres por sobre las mujeres.
Es justamente aquella construcción de la masculinidad una de las bases del problema. “La violencia en general y la de género tienen el elemento común del hombre y de la masculinidad como razón para llevarla a cabo”, recalca. La violencia, señala, les sirve como refuerzo de identidad, puesto que para serlo es necesario ser reconocido por otros hombres como tal.
Hoy Miguel Lorente se posiciona como uno de los mayores especialistas en violencia de género. Su trabajo ha sido tan reconocido que incluso en 2008 fue nombrado Delegado del Gobierno Español para abordar este tema y ha sido premiado por diversas organizaciones feministas por su trayectoria en defensa de los derechos de las mujeres.
Hoy su diagnóstico es que no estamos mucho mejor que en el pasado. En junio de 2019 Lorente publicó una columna en el diario El País titulada “La Manada y la estrategia social y política del machismo”, sobre el crimen ocurrido en España por parte de un grupo de cinco hombres que violaron a una mujer de 18 años durante las Fiestas de San Fermín. El hecho se hizo mediático y trascendió las fronteras luego de que la justicia en una primera instancia lo sentenciara como un abuso sexual, pese a la abundante evidencia que indicaba lo contrario.
El caso ponía de manifiesto cómo la violación no es un fenómeno independiente, sino parte de una cultura patriarcal que la produce y la normaliza. “Si tú crees la idea de que las mujeres pueden ser utilizadas como cosas, entonces, cuando un hombre decide que quiere mantener sexo con una mujer, entiende que su deseo está por encima de su decisión”, comenta.
– Se pueden analizar muchos casos en Chile, uno de los que más concitó la atención publica fue el de la joven Antonia Barra. ¿Hay denominador común en cómo actúa la sociedad frente a estos casos como ocurrió con el caso de la mal llamada “La manada”?
-Ahí los elementos comunes están en esa casi complicidad entre la sociedad y el violador. En el sentido de que el violador no necesita hacer nada para ser creído, mientras que la víctima tiene que demostrar prácticamente todo para tener algo de credibilidad. Y esa empatía con el agresor es muy bien recibida porque tranquiliza y da a entender que somos mejores, no somos tan malos.
Tanto en La Manada como en el caso de Antonia Barra además hay una respuesta institucional que tiende a minimizar las consecuencias sufridas por las víctimas y un cuestionamiento y aislamiento de estas. Con esa culpabilización, con esos insultos que en el caso de Antonia le lanzó su propio ex novio, con ese miedo a la familia, con ese señalamiento que le hace la sociedad haciéndola pensar que ella es culpable. Todo eso en un determinado momento puede producir un incremento del impacto psicológico y emocional que provoca cualquier violación hasta el punto de manejar el suicidio como forma de salida. Es algo terrible porque demuestra no solo la complicidad de la sociedad en toda la construcción de la violencia, sino incluso en la coautoría para que esa víctima termine suicidándose como forma de escapar de una situación que tiene raíces culturales.
-Y en la cultura de la violación ¿Por qué existen estas mal llamadas “manadas”?¿Hay un fin aleccionador?
-Es un tema que tenemos que seguir estudiando porque es una situación relativamente nueva. No tanto porque haya grupos de hombres que violen, sino que sea tan frecuente y que se acompañe de una grabación en video o un diálogo a través de las redes sociales reivindicándolo.
Creo que en parte obedece al empoderamiento de las mujeres, a que oséis ocupar los espacios que antes estaban reservados exclusivamente para los hombres, pues muchos lo ven como una especie de provocación. Y ante esta situación ya no es solo uno quien lo lleva a cabo, sino que son varios para tratar diluir la responsabilidad. Y luego, ese compartir lo ocurrido tanto interna como externamente lo que hace es reforzar esa ley del silencio, pero al mismo tiempo escalar en el grupo como más hombre.
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Desde los principios de su carrera, cuando comenzó a conversar con otros hombres sobre sus postulados con perspectiva feminista, notó que sus reacciones eran en rechazo radical a sus ideas. Desde entonces, Lorente se transformó en “un traidor” y, con una mirada crítica, comenzó a analizar cómo esa cultura machista se expresaba y transformaba durante el tiempo.
Hoy plantea que el machismo ya no es el mismo que presenció en su juventud. O por lo menos ya no es el único. Ahora a la postura representada por el machista clásico que actúa de forma agresiva y trata de feminazi a las mujeres que cuestionan del orden social patriarcal, se suma un nuevo tipo, el “posmachismo”, que con su línea menos directa se disfraza de aliado mientras que busca confundir con mensajes como “ni una menos, ni uno menos”, “la mayoría de las denuncias son falsas” o “las mujeres también maltratan”.
“El “posmachismo” es una estrategia del machismo que lo que hace es introducir la confusión como estrategia de acción social y política. Y esa confusión genera duda, que se traduce en distancia al problema, pasividad y que todo siga igual”, plantea Lorente.
-En este sentido, ¿cuán importantes son los mitos a los que acude el machismo? Por ejemplo, en Chile se suele acusar que la denuncia pública, o funa, es un acto de venganza en contra del denunciado.
-En el fondo, los mitos tienen una raíz histórica profunda, y gran parte de estos se utilizan en contra de las mujeres. Permiten mantener el discurso machista y están enraizados fundamentalmente en la idea de la maldad y perversidad de las mujeres. Y son reactualizados, por ejemplo, diciendo que son denuncias falsas, que quiere hacerle daño a través de una funa, que quiere quitarle los niños, la casa y la paga a través de una separación. Porque lo que lanzan en su nombre es algo que suena creíble, pues es sintónico con todos los elementos de la normalidad y de las posiciones de valor en defensa de un orden que nos ha definido históricamente. Mientras que el feminismo, a través de una funa, de una renuncia institucional o cualquier conducta, lo que hace es cuestionar el modelo. Por tanto, en lugar de verse como un bien común se ve como un interés particular para hacerle daño a un hombre y beneficiarse.
– ¿Por qué cree que también surgen estos perfiles de masculinidad en la política?
-Primero porque juegan con elementos que la cultura ha definido propio de los hombres como la determinación, la capacidad, la imposición. Eso se ve como una posición de líder. En cambio, un hombre dialogante, que busque la participación, se ve que está en contra de su propia masculinidad y responsabilidad política.
Hubo un cambio muy importante con la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Allí se produjo lo que denominé como “machismo exibicionista” que pasó de ser de un machismo disimulado a través de los valores que ya existen, a un instrumento de acción política que lo reivindica en tres sentidos: el valor propio de los hombres, en las políticas de igualdad como un ataque y en la necesidad de cuestionar el feminismo como fuente de estas políticas.
Lo esencial de estas posiciones de ultraderecha es el anti multiculturalismo y el antifeminismo. Ha habido gente que lo ha cogido y asimilado muy rápidamente como Bolsonaro y otros como Piñera que lo han asumido de una forma mucho más disimulada, pero que ahora en Chile se expresa de una forma más clara y directa en la política.
-En Chile y otros lugares del mundo, para la extrema derecha, el feminismo representa una desestabilización en esa institución que es la familia heteronormativa y conservadora. Hay una demonización del movimiento. Están en contra de los derechos sexuales y reproductivos, hablan de “ideología de género”, entre otros ataques constantes. En España pasó lo mismo con VOX. ¿A qué panorama se enfrentan mujeres y disidencias con el avance de este tipo de políticos?
-Supone una amenaza para las mujeres y por tanto para la democracia. El planteamiento que hacen este tipo de partidos de ultraderecha reactualiza el mandato basado en la jerarquización sobre el poder de los hombres y en una visión androcéntrica. Es un modelo de sociedad que se sustenta por el dominio a las mujeres, la sumisión y la sobrecarga a nivel familiar, doméstico y emocional de todos los que son los espacios de goce, disfrute, desarrollo de los hombres.
En una situación de desigualdad como la actual, todo lo que los hombres tenemos “de más” lo tenemos a costa de los derechos de las mujeres. No hay un supermercado de derechos, de tiempos, ni de espacios para decir. Cuando los hombres tenemos más tiempo para desarrollar nuestro trabajo, para asumir responsabilidades, cuando tenemos más espacios, cuando asumimos toda esa realidad desde una posición de privilegio y de beneficio, lo hacemos porque le hemos quitado tiempo, espacio, derechos a las mujeres. No porque hayamos ido a un lugar donde venden tiempo o derechos, eso no existe. Toda desigualdad se construye sobre una injusticia que, en este caso, se ha basado en restarle esos derechos a las mujeres. Esos partidos pretenden reforzar ese modelo de sociedad en que todos los privilegios, toda la organización social, todas las iniciativas parten desde la base de que las mujeres van a estar en esos espacios secundarios que los hombres han decidido para ellos poder tener esa situación de ventaja, de beneficio y privilegio.
-En Chile el ex candidato presidencial, José Antonio Kast, propuso la eliminación del Ministerio de Mujer y Equidad de Género, además de la obstaculización del acceso a la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales. ¿Qué opinión tiene de este tipo de políticos que emergieron en este último tiempo?
-Pues reflejan muy bien el significado de ese planteamiento social. Es decir, podrían jugar con la posición machista tradicional basada en el disimulo, en el engaño, en la confusión, que es un poco lo que sigue haciendo el machismo a través del posmachismo. Decíamos que con Trump cambia esto a un machismo exhibicionista y el machismo se convierte en un instrumento de acción política. Ya no es que influya, inspire, incida, sino que actúa de forma directa y frontal contra las mujeres. Y eso hace creer a un sector de la sociedad que comparte de estos valores que es un buen criterio, que a las mujeres hay que controlarlas, dominarlas, porque si les das libertad y espacio al final van a actuar contra los hombres, contra la familia, contra la iglesia, las instituciones, un poco jugando con los mitos de la perversidad y maldad.
Entonces cuando decimos que un partido como el Republicano y un líder como José Antonio Kast hace este tipo de planteamiento como modelo de sociedad, al final vemos que no es un error, ni un problema de comprensión, sino que directamente procura levantar ese modelo impidiendo que las mujeres alcancen los derechos que les corresponden como ciudadanas a través de las instituciones, instrumentos, de las políticas que tienen una perspectiva capaz de analizar la normalidad en su sentido engañoso. Es decir, lo que hacen los organismos de mujeres con perspectiva de género no es actuar en contra de la sociedad o de los hombres, sino que es poner de manifiesto precisamente lo que la sociedad y los hombres no han querido ver para corregir esas desigualdades.
Luego, cuando hablamos de eliminar las instituciones, los organismos o cuando hablamos de limitar algunos de los derechos alcanzados por las mujeres, lo plantean para conseguir ese objetivo de la desigualdad a través de acciones concretas.
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Para Miguel Lorente la asimilación de las posturas feministas en la década de los 90 no fue algo fácil. “Cuando empezabas a leer desde la ignorancia escritos feministas decías ‘es una tontería, no tiene sentido’, porque chocaba respecto a todo tu orden”, reconoce.
Sin embargo, fue a través de un ejercicio de voluntad que poco a poco comenzó a analizar sus experiencias personales y sociales desde una perspectiva distinta. También los privilegios que, aún si cuenta que no los deseaba, como hombre e hijo y nieto de médicos lo acompañaron toda su vida. “Al final le encontré mucho más sentido cuando lo integré en una forma diferente de vivir esa masculinidad. No solo con la renuncia puntual, sino como una manera de posicionarse constantemente y continuamente de otra manera”, relata.
-Entonces, ¿cómo acabar con esta espiral infinita de violencia contra la mujer?
-La prevención es la clave. Primero hay que trabajar mucho la masculinidad. Es decir, romper con esa idea de que, por el hecho de ser violento, de ocultar emociones, eres más hombre. Tenemos miedos, tenemos dudas, inseguridades, debilidades, pasa que las callamos. Creo que acabar con eso es fundamental porque la masculinidad es mucho más que la suma de todos los hombres, pero cada uno es parte de una masculinidad que refuerza lo común.
Cada vez hay más que cuestionan eso y tenemos que conseguir que, además de hacerlo, se sientan hombres y no algo diferente. También que el feminismo entienda que los hombres tenemos que ser feministas, no solo aliados o pro feministas, porque al final eso no generaría cultura, sino dos escenarios distintos donde desarrollar las relaciones y valores. Por supuesto, debería ser sin protagonismo a priori, sino simplemente para compartir la forma de vivir y entender la vida.
-En este sentido, ¿Cuál es la importancia que tiene la educación sexual y afectiva integral en este cambio?
-Tiene un papel esencial porque gran parte de la masculinidad está construida sobre una educación sexual y afectiva que niega la empatía, la posición de la otra persona, y que se plantea como un instrumento de satisfacción de intereses personales. La sexualidad masculina va buscada primero como una especie de estrategia depredadora para usar lo que esté a su alcance con tal de satisfacer los elementos considerados como propios, y luego los afectos son una especie de cortina que se cierra o abre dependiendo de las circunstancias.
Hay datos muy significativos de universidades americanas que han preguntado a los chicos “si a ti te garantizaran que no te van a descubrir nunca, ¿violarías a la alumna que más te gusta del campus?”, y hay un porcentaje aproximadamente del 34% que dicen que sí. Entonces creo que romper con esa manera de entender la masculinidad también se tiene que hacer a través de la educación sexual y afectiva para alcanzar un conocimiento crítico. No es lo único, pero sí es muy importante.