LaOtradiaria
Estas Leyendo:
Ant

Monsalve y la violencia sexual

Monsalve y la violencia sexual

La denuncia contra el ex Subsecretario del Interior por violación sobre una mujer que trabajaba en su departamento, y la reacción social, política y mediática a lo sucedido, pone de manifiesto todo lo que envuelve a la violencia contra las mujeres en general, y a la violencia sexual en particular: una posición cargada, cuanto menos, de hipocresía.

Sabemos que los más de 18.500 casos de agresiones en Chile son apenas la punta del iceberg.  En una publicación de la revista The Lancet señala que el 31,4% de las chilenas sufrió violencia sexual antes de los 18 años Chile supera el promedio de 204 países ocupando el tercer lugar en el mundo con más agresiones sexuales a mujeres menores de 18 años.  

Esos más de 18 mil casos de violencia sexual al año  representan 51 agresiones sexuales cada día, una situación de la que no se habla lo suficiente para dejar que sean las circunstancias particulares de cada caso conocido las que definan la realidad, a sabiendas de que esa realidad va a venir caracterizada por la justificación que proporcionan los estereotipos y mitos que envuelven la violencia contra las mujeres en cualquiera de sus manifestaciones. Todo tiene sentido dentro de la cultura machista y de la violación. 

 Pero veamos algunos de los elementos del caso del ex Subsecretario del Interior.

Era una de las personas con mayores responsabilidades para proteger a la ciudadanía chilena y habría utilizado su posición de poder (además de la asimetría con la víctima) para desarrollar una estrategia violenta (no fue un ataque, sino una planificación) que culmina, según recogen las informaciones, en la presunta violación de una mujer que trabajaba en su departamento.

 La violación, tal y como se ha denunciado, se lleva a cabo mediante dos mecanismos violentos, por un lado, el supuesto aprovechamiento de la situación de intoxicación de la víctima que le generó, y por otro el prevalimiento dado por su posición profesional de superioridad y poder. 

 Utilización de la normalidad social de la violencia hacia las mujeres, para que sus reuniones, comidas, desplazamientos, hoteles se vieran como parte del desarrollo de sus funciones, hasta el punto de renunciar a la seguridad que le proporcionaban los escoltas sin que esa decisión despertara ningún rechazo o crítica.

 Ahora un nuevo antecedente, lo deja como un posible consumidor de páginas de damas de compañía, lo que se presenta como un elemento más de la normalidad de la violencia hacia las mujeres,  sin detenerse en el significado social y cultural de una práctica que forma parte de la construcción de la masculinidad tóxica,  que cosifica y sexualizan a las mujeres para que los hombres puedan satisfacer sus deseos de poder a través del sexo. 

A partir de estos elementos se produce una respuesta social, política y mediática muy significativa y gráfica. Algunos de los factores que forman parte de ella son:

 La referencia de los medios a la mujer que sufre la agresión sexual denunciada es mínima, dejando de lado todo el daño y las consecuencias psicológicas que una violación ocasionan. El debate y la crítica se centra en cómo la seguridad del Estado estaba en manos de ese hombre.

 Al mismo tiempo, se utilizan todo tipo de presunciones y consideraciones para que el impacto sobre el presunto agresor sea el mínimo posible, y su salida del gobierno sea la más fácil para él.

 Tampoco se habla lo suficiente de la supuesta sumisión química y de cómo se está convirtiendo en un método eficaz para violar, lo cual demuestra la adaptación del machismo y de las estrategias masculinas para conseguir su objetivo de tener sexo cuando los hombres decidan, como los hombres consideren y con quien los hombres elijan, unas veces mediante precio otras con violencia.

La gravedad de las agresiones debe evaluarse no solo por su efecto directo en la víctima, sino también por las repercusiones sociales que se derivan de la acumulación de esos actos violentos individuales. Las agresiones sexuales deben abordarse principalmente a través de la prevención, y dentro de esta, mediante la educación sexual y la redefinición de la masculinidad patriarcal, así como de los estereotipos de género que subyacen a estas conductas

 La confluencia de los elementos del caso con los de la reacción al mismo culminan en, quizás, lo más sorprendente, que es la crítica a un gobierno feminista por la conducta machista de uno de sus miembros. Porque lo que demuestra el caso es, precisamente, la necesidad del feminismo para transformar una sociedad y una política construida sobre una cultura de masculinidad tóxica y que normaliza la violencia hacia las mujeres,  capaz de camuflarse y filtrarse en los espacios más críticos con esos elementos machistas.

 El caso del ex subsecretario del Interior no es un problema del feminismo, sino de la falta de feminismo ante un machismo que impone sus referencias y normalidad a través de la cultura de la violación. La lectura es clara y la conclusión rotunda: si dentro de un gobierno feminista se puede producir un caso de violación, en una sociedad, partidos, empresas, escenarios definidos por el modelo de masculinidad toxica, la violencia sexual contra las mujeres será mayor, como indican los estudios e investigaciones.

 El machismo es cultura y por lo tanto identidad, las ideas políticas asientan en un nivel más superficial, tan superficial que el feminismo después de 250 años de historia aún no ha podido calar lo suficiente para transformar la sociedad y la identidad, especialmente la de los hombres que ven cómo son cuestionados en su esencia para que lo que históricamente resultaba impune, hoy sea denunciado e investigado de la mano de una crítica por parte de un sector cada vez más amplio de la sociedad.

Comparte esta publicación
Escrito por

Carla Rojas, psicóloga experta en violencia de Género/Magíster en Dirección de Personas, y Miguel Llorente, Profesor de Medicina Legal y Forense/ Especialista en género.

Deja un comentario

Ingrese sus palabras clave de búsqueda y presione Enter.