La elección de quienes conformarán la convención constitucional, se transformó en un hecho histórico que configura por completo el mapa político de nuestro país y, también, se instala como la oportunidad en que la diversidad de personas que somos, ocupen puestos de decisión y poder.
Hemos celebrado a los pueblos indígenas, la paridad, la irrupción de los y las independientes sin “color político” que, con mucha difusión, aparecen ahora en las portadas de los medios tradicionales, donde además diariamente se les persigue en cada uno de sus pasos, sobre todo desde aquella pregunta instalada desde la elite “Y estos, ¿quiénes son?”.
Sin embargo, esa inquietud no se ve reflejada para otros sectores y me refiero específicamente a las compañeras y compañeros que fueron electos y electas para representar a las diversidades sexoafectivas. Si bien, cada uno de ellos y ellas es entrevistado y entrevistada asiduamente por algunos de estos medios hegemónicos, no hubo gran notoriedad ni reparación en ello en la discusión pública ni política.
Cuando lo expresé en las redes sociales, la pregunta inmediata que surgió de los bots que me siguen fue “¿Y para qué? A mí no me interesa su vida sexual, me interesa que lo haga bien”. Ante esa afirmación, estamos de acuerdo en que queremos que esa persona lo haga bien, sin duda. Pero visibilizar su orientación sexoafectiva e identidad de género, es político. Es político porque simplemente para el discurso social, político y cultural de este país, no existimos y al no existir, crece la violencia y vulnerabilidad. Nos niegan.
No sé si en otros países, de Europa tal vez, no se hubiese destacado como histórico que ocho constituyentes entre lesbianas, gays y pansexuales (lamentablemente no fueron electas compañeras trans que se presentaron como candidatas), fueran electos y electas mediante voto popular para hacerse presente en cargos públicos y políticos. Lo mismo ocurre con las alcaldías y concejalías. Fue electa la primera alcaldesa abiertamente lesbiana en Melipilla. Y en Ñuñoa, una concejala lesbiana. En Maipú, por partida doble: un gay y una lesbiana. En Valparaíso, fue reelegida por tercera vez, una compañera trans. En regiones compañeros gays. Y así ¿Qué es lo pasa entonces con esta invisibilización?
La representación política de las diversidades, no es cuestión fácil en esta sociedad heteronormada. La exclusión sostenida de los espacios de decisión política, puede quedar atrás con estas elecciones, pero aún falta mucho para aceptar que el empoderamiento de las disidencias es un hecho, una realidad.
No somos un nicho, no es “nuestro mundo”, podemos luchar y aliarnos en muchas otras áreas y aportar a un cambio sustancial. Somos personas con vivencias de exclusión, parte de este ciclo de transformación política, parte de los territorios y de las necesidades de la población. Pero se debe destacar que son personas de nuestras comunidades. Eso empodera y motiva a muchas y muchos, sobre todo jóvenes en que el mensaje es, precisamente, ninguna cosa es imposible.
Puede ser que para algunes ser lesbiana, bisexual, gay, trans o pan, sea sólo en un anexo; para nosotres puede ser la vida y el reconocimiento de que somos parte de la transformación de la humanidad, esa que añoramos todes en estos días.