El 18 de octubre de 2019 en Chile fuimos testigos del clímax de la acumulación del malestar social a la par de las protestas ocurridas en varios países de Sudamérica. Salimos a la calle a evidenciar nuestro descontento como una gran masa y luego ocurrieron las violaciones a los DDHH, la violencia estatal, miles de detenidos políticos en medio de la represión.
Desde entonces ha costado sentar un análisis de lo ocurrido y sus perspectivas; fuera de diversas visiones, no deja de llamar la atención que todos estos alzamientos tuvieron algo en común: Evidencian un malestar que puede llegar a derrocar gobiernos, pero no consolidar poder popular.
Revisando la historia de una manera resumida, encontramos dos experiencias de construcción de poder popular en Chile: Los “Cordones Industriales” y los “Comandos Comunales” (Años 71-72), ambas expresiones de organización con base en comunidades y de mayoría obrera, obtuvieron un éxito material en la práctica y a la vez sufrieron tensiones con los partidos políticos de izquierda. Estos últimos reconocían que tenían posibilidad de movilización, coordinación y reacción, pero no había un claro acuerdo respecto a sus alcances políticos. Muchos les veían sólo como organismos de coordinación o a su vez se planteaba en convertirlos en organismos ligados al gobierno a través de los partidos políticos componentes de la Unidad Popular; luego del constante devenir político, la derecha aprovechó esa “desorganización” y coopta ese “poder popular emergente” con un golpe militar.
¿Cuál es el punto de ese repaso histórico? El proceso de acumular un descontento y evidenciar un “malestar”, pero sin reconocer claramente la causa o enfermedad; obviando la cuestión “clase” como eje central de ese descontento y la dificultad en reconocer al Estado y sus instituciones como un elemento altamente limitante en los procesos de reivindicaciones sociales.
Las contradicciones entre las organizaciones de Estado y movimientos sociales afloran nuevamente a fines del 2019 y pusieron en jaque la revuelta popular del 18 de octubre. El 15 de noviembre aparece el texto preparado en reuniones secretas entre Piñera y el ex ministro Gonzalo Blumel (Ley 21.200), donde descolgándose del movimiento social “convocan” a un “Acuerdo Nacional Constitucional y de Paz”. Afuera se mantenía el Estado de sitio con militares en las calles y la posterior ratificación -gracias a la firma de los partidos políticos de derecha y oposición- finalmente cooptaron e impusieron anti democráticamente las reglas del proceso constituyente, dando así el golpe de gracia a la organización emergente popular: La historia se repite.
¿Es entonces el “Acuerdo Constituyente” un triunfo a secas? Creo que no y eso dependerá del crisol con el que se mire. Podemos considerar que cada vez que el poder popular emerge desde abajo – que crece en manos de un pueblo organizado y en ciertos momentos tiene la “posibilidad” de superar al Estado y sus contradicciones- es “frenado” desde arriba.
Entonces no es un triunfo a secas. Es un fracaso.
El actual proceso constituyente no es el resultado de una acumulación de poder popular, sino una herramienta institucional que nos “invita” a trabajar juntos, o sea a trabajar junto a los que abusaron y consolidaron el modelo neoliberal en complicidad con la Dictadura. Además, coloca a los partidos políticos erróneamente como eje central, a pesar de la desconexión con el movimiento social y la desacreditación que constantemente les persigue (Corrupción, abusos laborales, encubrimiento de abusadores sexuales, cuna de élites, etc.). Igualmente denota una cierta complicidad “Estado-partidos políticos”en romper las Asambleas Territoriales con “cabildos” dirigidos desde los municipios, ello porque en las asambleas los partidos quedaban limitados de presionar en función de sus intereses programáticos.
Por otro lado los partidos políticos aún no resuelven las contradicciones de intereses entre el movimiento popular y el afán del revanchismo izquierda-derecha de la política burguesa y entre esas tensiones aparece un tercer elemento “El pueblo” como un simple espectador de la lucha por el poder entre bandos “Izquierda-derecha” por llegar a cargos públicos y acomodarse en el parlamentarismo. Estos bandos paradojalmente están compuestos por élites herederas de las castas de la Concertación (La llamada Izquierda boutique).
Erróneamente la voz nuevamente recae en la clase política academicista, poco y nada representativa de los trabajadores; siendo que el “trabajador” es el sujeto precarizado y esclavizado a la dinámica de generar riqueza a costa de su propia pobreza. Su participación democrática y profunda queda limitada o inaplicable, porque el obrero “no tiene el tiempo”. Así la “participación política” queda como un privilegio de clase (Sociólogos, politólogos, abogados, rostros de medios de comunicación, etc.).
Resumiendo, el 15 de noviembre de 2019 con la firma del Pacto de Paz de Piñera, murió el alzamiento popular con la toma de control desde el Estado y el parlamento; evidenciando claramente una falta de sincronía de la estrategia de clase (alzamiento) con la estrategia de la casta política (negociación política). El Estado recuperó la gobernabilidad capitalista y nos reprimió nuevamente olvidando la parte del acuerdo concerniente a la “Paz”.
Luego aparece una “frágil democracia” como ejercicio de oxigenación al modelo económico-social enmarcado en una correlación de fuerzas de derecha e izquierdas socialdemócratas pro-capitalistas tendientes a un modelo liberal de mercado más que social (lo que al fin sería lo mismo) y quedando en segunda relevancia los verdaderos ejes democráticos de las Asambleas Territoriales: La autonomía de los territorios, reforzamiento del el asambleísmo, el ejercicio de la democracia radical y profunda. Pese a todo lo demás, el proceso constituyente podría lograr algunas mejoras, pero reducir el estallido social a este sería un grave error porque “Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”, como dice la frase de Audre Lorde. Por ello, a pesar del ocaso de la revuelta y del ominoso futuro, debemos seguir luchando.