“Qué bonita mapuchita, a mí también me gustan los mapuches, porque tuve una nana que era mapuche y siempre me traía harina tostada del sur, hasta me invitó a una fiesta de año nuevo, ¿Cómo se llama? Wi tripantu, eso mismo”.
En reiteradas ocasiones he recibido ciertos comentarios de ese tipo respecto al uso de mi tukuluwun (vestimenta tradicional mapuche) o mis rasgos mapuche, los cuales rondan en el clasismo y el racismo camuflados de torpe cordialidad. Más allá de las buenas o malas intenciones con que se realizan dichos halagos, estas expresiones representan a una gran parte de nuestra sociedad, que reconoce la existencia de las mujeres mapuche solo a través del trabajo doméstico en casas particulares.
Durante el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, en Chile se produjo con mucha fuerza la conocida migración del campo a la ciudad. Así surgió el empleo doméstico como un polo de atracción importante para muchas mujeres, quienes en búsqueda de mejorar sus condiciones de vida, se adentraron en estas ocupaciones que no estaban exentas de sesgos tales como discriminación, racismo y precarización laboral y maltrato que instalaron y enquistaron la idea de que existen trabajos para ciudadanas de primera, segunda y hasta tercera categoría.
¿Podemos acabar con el estigma social de los trabajos racializados? Claramente sí, es cuestión de tiempo y también de ganas. Estamos viviendo un proceso nuevo e histórico que ha puesto en la discusión un sinnúmero de derechos que deberían quedar plasmados en la redacción de una nueva Constitución, tal como la necesidad de reconocer y valorizar el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.
Por tanto, ya que hablamos de un cambio de paradigma, podemos avanzar también hacia la libertad e igualdad de derechos de todas las mujeres que conforman los distintos pueblos de este territorio, donde el Estado se encargue de entregar las mismas oportunidades en cuanto a educación, salud, vivienda, entre otras garantías que permitan una vida digna y así emparejar la cancha para todas. Que nada limite los derechos de las mujeres indígenas y no indígenas en la consciencia de que muchas de esas labores domésticas las realizan mujeres mapuche o migrantes, porque no hay otras oportunidades laborales en la precarización.
La frase “Cara de nana” es un insulto que no es inocuo, porque habla de cómo ciertos pueblos o migrantes son mirados como inferiores. Estas son expresiones racistas que se producen dentro de un orden social. Y las palabras crean realidad en donde la riqueza o la precarización, ser profesional o ser obrero (o trabajadora doméstica) y el lugar en la sociedad está determinado por “la raza”.
Hoy queremos un país donde el origen étnico no condicione ninguna ocupación, no limite ningún futuro permitiéndonos a todas las mujeres escoger orgullosamente si queremos ser científicas o ejercer la profesión que soñamos en un Estado Plurinacional para terminar con esta y tantas las desigualdades.